jueves, 1 de septiembre de 2016

REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 26 – Septiembre de 2016 – Año VII
ISSN 2250-4281
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indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Sófocles”
Mónica Villarreal (2016)
(Técnica mixta sobre papel, 30 cm x 23 cm)
Serie “Poetas Clásicos Griegos”
Sumario:
• “La Muertita”, de Susana Szwarc: Un libro para el asombro. (Luis Benítez)
• Narrativa: Nazismo con piel de democracia. Friedrich Christian Delius, “Mi año de asesino”. (Anna Rossell)
• Poesía: Una península en continuo desarrollo literario. Primera parte. (Adán Echeverría).
• Ensayo:
—El yo poético. (Estela Barrenechea)
—Las Antígonas y La Verdad. (Agustín Romano)
• Y algo más…: La filosofía simbólica. Gustavo Flores Quelopana
• Nuevos currículos para Realidades y Ficciones:
—Adán Echeverría, Mérida (Yucatán), México
—Agustín Romano, Ciudad de Buenos Aires, Argentina




LA MUERTITA”, DE SUSANA SZWARC: UN LIBRO PARA EL ASOMBRO
Luis Benítez ©

¿Nouvelle? ¿Prosas poéticas? Es dificultoso y hasta inútil imponerle una definición al último libro de Susana Szwarc, La muertita o la novela que, publicado recientemente en Buenos Aires por Editorial La Mariposa y la Iguana. Cuando la frontera entre los géneros hace tiempo se ha licuado —del mismo modo que tantas otras cosas— es de señalar que este trabajo de la talentosa autora argentina posee, entre otras virtudes, la de aludir a ese proceso de licuación de las certezas hasta que se convierten en algo líquido, lábil, autodeslizante y actual. ¿Una metáfora de lo contemporáneo? Primariamente, este libro no aspira a tanto o en todo caso, le deja eso al lector. En sí, el texto suscita dudas a cada paso, desde las más ingenuas —“¿está viva la muertita?”— hasta desasosiegos más complejos e interesantes que este.
Si fuera efectivamente una novela esta obra, le cabría el sayo tan socorrido de “novela coral”: múltiples personajes, innumerables situaciones e interacciones, en un discurso donde los caracteres parecen encontrarse en callejones y pasadizos donde se topan o tropiezan el uno con el otro a cada paso: un Marcelo suicidado; un muchacho chino llamado Juan Tsé; chicos que son chinos y otros chicos que parece que no; María Marina, la mujer del lavadero; detectives; cobradores; multitudes bajo la lluvia; un cadáver, este sí genuinamente muerto...
Lo invariable —y lo incrementado a cada página— es la condición de humanidad estanca, separada, de la protagonista, esa muertita que lo observa todo como desde detrás de un vidrio muy grueso, a punto tal de que parece tener una relación más cercana con los objetos que se atraviesan en su camino que con lo animado, tal vez a causa de su misma condición intermedia, a mitad de camino entre un estado y el otro. Mas, fundamentalmente, la muertita es alguien que va perdiendo sucesivamente, de a jirones, no la carne, sí el Dasein, ese “ser-allí” heideggeriano, ese modo de ser determinado, finito y temporal, posiblemente como intento de relacionarse con el resto de los vivientes: dado que no puede hacerlo por la vía directa y habitual, parece precisar disgregarse en los otros para acceder a alguna suerte de contacto más convincente, al menos para ella, quien —como bien manifiesta este texto y su contexto— tiene por actividad principal el “mirar”: una mirada a mitad de camino entre lo vivo y lo muerto, que ve para no verse desaparecer y está “viviendo”, como lo hace, en un sugestivo espacio subterráneo.
Interesante apuesta de la autora el poner todo esto en unas pocas pero muy densas páginas, empleando un lenguaje engañosamente simple y apelando continuamente a la alusión y la elusión, una de las marcas de pluma de Susana Szwarc.

Sobre la autora
SUSANA SZWARC nació en Quitilipi, provincia del Chaco, Argentina, en 1954. Obra narrativa: Trenzas (novela, 1991), El artista del sueño y otros cuentos (1981), El azar cruje (2006), Una felicidad liviana (2007). Obra poética: En lo separado (1988), Bailen las estepas (1999), Bárbara dice (2004; traducido al francés, París, 2013), Aves de paso (2009); El ojo de Celan (2014). Narrativa infantil: Había una vez una gota, Había una vez un circo, Salirse del camino y otros cuentos (1996, 1997); Tres gatos locos (2010). Antología personal: La mesa roja (2012). Sus piezas teatrales Paisaje después de los trenes, Trenzas, el secreto robado, Justo en lo perdido, fueron representadas entre 1985 y 2003 en Buenos Aires. Cuentos y poemas de su autoría se tradujeron al alemán, inglés, catalán, chino-mandarín, rumano, polaco, portugués y francés.
Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio Nacional Iniciación de Poesía (1987), el Premio Unesco (Buenos Aires, 1984), Premio Antorchas a la Creación Artística (Buenos Aires, 1990), Premio Único de Poesía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1998), Premio de Honor en la categoría Libro para Niños, otorgado por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán (1996). Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes (1995) y recibió el Subsidio Fondo Creadores del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires.

Currículo de Luis Benítez en:


Narrativa
NAZISMO CON PIEL DE DEMOCRACIA
Anna Rossell ©

Friedrich Christian Delius, Mi año de asesino.
Traducción de Lidia Álvarez Grifoll,
Sajalín Editores, Barcelona, 2013, 330 págs.

No defrauda esta novela del autor alemán Friedrich Christian Delius (Roma, 1943) —galardonado en 2011 con el prestigioso premio Georg Büchner—, ni la última traducción de este escritor, a quien sigue de cerca el sello editorial Sajalín, que también ha publicado El paseo de Rostock a Siracusa (2010) y Retrato de la madre de joven (2011). Como las anteriores, también esta aborda un tema histórico que, más allá del interés que suscita su glosa, trasciende el marco concreto de los acontecimientos narrados y plantea cuestiones universales fundamentales.
Friedrich Christian  Delius
Delius sabe bien de lo que habla: publicada en Alemania en 2004, Mi año de asesino es una novela de impronta autobiográfica, que narra los sucesos en torno al grupo “Unión Europea”, en el que se constituyeron un puñado de resistentes contra Hitler, cuyos nombres más conocidos fueron Robert Havemann, Paul Rentsch, Herbert Richter y Georg Groscurth, con la idea de combatir el totalitarismo en Europa a favor de la verdadera democracia. Consecuentes con su ideal, sus componentes arriesgaron la vida ayudando a perseguidos en los terribles años del nazismo.
El eje central de la acción se sitúa en 1968, cuando se da a conocer la noticia real de la absolución de R. (Hans-Joachim Rehse), un ex juez nazi responsable de doscientas treinta condenas a muerte, entre ellas la del padre de un amigo de infancia de Delius, Georg Groscurth, guillotinado en 1944. De la mano de un personaje ficticio con quien el autor empatiza —un joven estudiante de filosofía de su propia generación, que indignado por la noticia se propone asesinar al liberado y escribir un libro que será su confesión—, Delius desvela pormenorizadamente los entresijos de la guerra fría y el calvario que habrá de soportar la viuda, Anneliese Groscurth, quien, terminada la guerra, se ha propuesto reparar la memoria de su marido. Si bien el grueso de la novela focaliza con mayor intensidad la época de la posguerra inmediata hasta los años setenta, la narración imbrica, en retrospectiva y avanzando, tres momentos temporales: de la posguerra en adelante, los años de nazismo y resistencia, y el presente desde el que narra el protagonista.
La verdadera heroína de la novela es Anneliese Groscurth, que por su honradez, su humanidad, su valentía, su consecuencia y su perseverancia merece la simpatía del autor. Ella, que, como su marido, actuó contra el nazismo no por razones políticas sino por principios humanitarios; ella, que sigue fiel a los mismos principios, se encuentra después de la guerra tan fuera de lugar como durante los años del nacionalsocialismo. Su historia de larga resistencia en la posguerra pone de relieve que el fin de la contienda bélica no supuso el comienzo de la democracia en el oeste —defender los valores del humanismo democrático y actuar según ellos suponía en aquellos años ser acusada de comunista y de poner en peligro la convivencia constitucional— ni la justicia igualitaria en el este, y que quien no hiciera el juego al discurso de uno u otro lado quedaba fuera del mundo y sin lugar. Pero la narración de Delius incide sobre todo en la República Federal Alemana y no tanto en la República Democrática. El estudio histórico de Delius nos recuerda hasta qué punto en Alemania occidental altos cargos nazis, muchos, siguieron en sus puestos y hasta prosperaron, sobre todo en el ámbito de la aplicación del derecho, y que no es lo mismo aplicar el derecho vigente que administrar justicia. Por ello mismo el libro plantea también la cuestión fundamental de si es lícito condenar a alguien que aplica la ley, incluso cuando esta vulnera los derechos humanos.
Delius, que se documentó con entrevistas y estudió a fondo las actas de los procesos en los que se vio envuelta Anneliese Groscurth, rehúye las ideologías y las tomas de partido interesadas, no elude temas espinosos que en su país aún levantan ampollas y le han valido críticas negativas ajenas a criterios literarios, como la caracterización del carismático Robert Havemann o la de la generación del 68 a la que él mismo pertenece, pero lo hace sin ira, sopesando sus afirmaciones y solo en la medida en que el contexto lo requiere.
Sin duda una novela muy recomendable, tanto para amantes de la historia como de la literatura.

Currículo de Anna Rossell en:


Poesía
UNA PENÍNSULA EN CONTINUO DESARROLLO LITERARIO
Adán Echeverría ©

PRIMERA PARTE

"MPL —Cómo es ahora tu perspectiva de la poesía mexicana y en especial
de la yucateca, luego de tu estadía en el extranjero?
—(…) En Yucatán no está pasando nada que me llame la atención,
está igual que cuando lo dejé en 2013, hace no mucho (…)
MPL —Entiendo. ¿Entonces cómo concibes ahora el futuro de la escena literaria yucateca?
—Me parece que por el momento seguirá igual: la generación de los ochenta ya hizo lo suyo en Yucatán y ya están dados los nombres de los que están trabajando constantemente, que son los que aparecen en la antología Casi una isla, que se publicó el año pasado (2015). Estos autores, sin embargo, muy poco pudieron hacer por Yucatán (o acaso sea mejor decir: quisieron hacer). Muy poco, porque, a pesar de que el resto de la República conoce el nombre de uno o dos poetas yucatecos, no se interesa y desconoce realmente el panorama estatal."
De una entrevista a Marco Antonio Murillo (nacido en Mérida, Yucatán, 1986)

¿Qué nos ha dejado la lectura de estos doce autores nacidos en el sureste de este ombligo de la luna entre 1975 y 1996? Esperanza, libertad, diversidad, pluralidad. Un espacio para el reconocimiento de compartir las existencias. Reconocer al otro en el texto creativo. Porque es en la expresión escrita en donde la palabra dejará pasar el tiempo. Y es el tiempo el que al final pondrá en su lugar a todos los autores.
La península yucateca, es una planicie kárstica resultado de la meteorización de estas rocas calcáreas en que se sitúa el verde espacio de la selva subtropical. Los climas que nos brindan la vegetación permite que la mirada en una época viaje sobre paisajes verdes, lo mismo que para el espacio de los amarillos, cafés, y cálidos naranjas en que nos vamos presintiendo. Y desde Palizada, en lo más occidental de Campeche, hasta Chetumal, bajando por el Mar Caribe, y en aquellas islas que rodean la península, el universo es vasto. Sobre esta vastedad miran los ojos de los autores que nos abren el pecho y la pluma en esta ocasión. Y desde esa riqueza en que se distribuyen plantean sus esperanzas de comunicar el pensamiento, mediante la palabra escrita.
En este documento hemos agrupado a doce autores situados en estas regiones kársticas. Los paisajes, las esperanzas, las melancolías de sus espacios vitales. Voces frescas y llenas de novedad en las que pueden, queridos lectores, ir descubriendo qué cosa es Yucatán, cómo se mira Campeche, cómo se descubre Quintana Roo. Porque en estos autores, cuyas edades fluctúan de los 41 hasta los 20 años, se miran los espacios de comunicación en que pueden descubrir sus necesidades de comunicación que nos ayuden a descubrir ¿para qué están escribiendo?
El escritor necesita recrearse en su entorno, alimentarse de él, y conocer el pasado mediante sus lecturas. Esta dualidad experiencial es la que le impulsa a escribir, para llenar aquellos espacios de la literatura que le gusta abrevar. Para los autores nacidos en la década de los 80, encontramos la voz de cinco mujeres, cada una con sus búsquedas propias de voz y realidades. Para las mujeres nacidas en la década de los ochenta, Ángel Nimbé es la más joven. Nace en Campeche, y actualmente radica en Cancún, Quintana Roo, como una clara muestra de la continua movilidad existente en la península de Yucatán, y desde ese recorrer kilómetros de selva define su palabra poética: “Yo, Dios y soy gusano, tecla y tinta de otro dios más fuerte”. En una antología apenas accedemos a un fragmento de la obra de un escritor. Justo es que los antologadores y los autores vayan poniéndose de acuerdo con qué fragmento podría ser representativo de su obra, porque el trabajo literario de los escritores evoluciona con el paso del tiempo, y las lecturas. Abrevan en la vida cotidiana, como en los libros que comparten, esa búsqueda de la felicidad como derecho inalienable en el cual parpadean los instantes de sus lecturas. En el fragmento que expone Ángel Nimbé se observa el trazo de posibilidades artísticas con los que se mira a la sociedad y la percibe. El sentir el abandono y la búsqueda interior que no termina de fracasar. El desahuciado hablante lírico de Nimbé no logra salir de la depresión que el mundo le impone: la niñez, la familia, los amigos, los otros, la vida toda: “Este recinto blanco me sofoca. Debe tener el sabor del abandono. Con esta esclavitud deben vivir los muertos.” La fallida esperanza que narra en sus poemas Nimbé, huele a derrota, a miseria, al abandono en el que uno se nutre cuando quiere llegar a lo más hondo de la tristeza. Uno percibe esa presencia marina, ese olor oceánico que rodea a la península. El espíritu de mar en el que la autora ha crecido, mar y religión como un viaje que se complementa en la actualidad de su mirada: “Vengo a ti como el rey de los ejércitos, para enfermarte como enfermé estas olas, provocar un nuevo amanecer aún más oscuro. Hay otro mar allá, tras esas sombras. Hay otro mar allá, cae en picada sobre la arista del cuadrado mundo.”
Habrá que evidenciar que la literatura no tiene genitalidad. El género del autor no debe seguir siendo una validación para la creación literaria. Toda vez que la literatura tiene como primer objetivo la comunicación de ideas; con base en la estética, que cada quien determinará por su habilidad lectora y su experiencia como creador, asimilando las estructuras que mejor impulsen sus creaciones. Lo cierto es que, el género es una creación social determinada con base en las significaciones de cada persona sobre los infantes. El desarrollo de la literatura actual, contempla la validación de dichos pulsos sociales, y no es sino la capacidad de asumir esa postura, como cada autor se nutre de su entorno, y puede desarrollar su actividad creativa y creadora.
Lo importante en este ejercicio antologador que hoy tiene usted entre las manos, es el mostrar el trabajo de estos 12 poetas, afincados en la península de Yucatán. Las diferentes posturas que cada uno recrea mediante su intelecto, su capacidad para asumir sus lecturas, y la asimilación del trabajo creativo en el que logra plasmar su pensamiento. La antología Karst, solo aspira a reunirlos, a entregar parte de su obra ante los ojos censores de amantes de la literatura. No tiene mayores pretensiones que validar a los autores como escritores actuales de esta sociedad que hoy convive en la conjunción de tres entidades federativas diferentes. Autores que se conocen entre sí, y que caminan un tiempo y que por medio de este trabajo ha sido posible retratar.
Abrimos con la excelente muestra poética de Daniel Medina, autor de capacidades claras para la metáfora y la construcción del significante en cada verso. Daniel Medina marcha atento sobre su voluntad creativa, diferenciando en el oficio de escritor el momento justo para la lectura pausada, y para la escritura como reflejo de la reflexión. Enseguida Ariel López nos narra la contemporaneidad con esa soltura con que todo joven platica hoy sobre las drogas, la muerte, la violencia como un juego de niños. Y así mismo presenta en sus poemas esa fresca voz juvenil que tiene mucho de grito, y esperanza a través de saber resistir y levantar la voz cuando hay que hacerlo: “Voltéate periodista de arena, / La playa se tiñe del calor de la tarde / y eres el ojo carnoso cuya pupila absorbe”. Melbin Cervantes es el poeta que canta, el poeta que cuenta, el poeta que continúa su búsqueda por un lenguaje como persiguiendo al dios que hay dentro de las palabras, con la finalidad de encontrarlo y ser así mismo dios. Con la fatalidad asombrosa de matar al dios para ocupar su lugar como creador. La batalla que Melbin ha comenzado se puede paladear en sus textos: “Sobre ríos que no cesan / viaja el lenguaje.” El autor sigue sobre ese río, no navega en él, se deja arrastrar e incluso nada entre esas aguas buscando las orillas, buscando asentar el pie firme en la ribera. Ese perseguir el silencio que todo autor requiere, esa búsqueda que jamás cesa: “Apagada lámpara, / en el olvido de la noche, / es la esperanza”.
Pasamos la hoja, y llegamos a la poesía de Ángel Fuentes Balam. Con dos obras en su haber, Fuentes Balam ha demostrado que la poesía es material para la fuerza del espíritu. Si alguien pretendiera decir que la poesía no sirve para nada, Fuentes Balam le escupiría al rostro porque para eso igual sirve el poema. Para escupirlo, para gritarlo, para golpear en la cabeza. Los poemas de Ángel Fuentes Balam nacen de la certeza de tener los pies claramente asentados en el suelo. Fuera los disfraces, fuera los trajes de corbata, hay que sangrarse los músculos, lastimarse los nudillos en la construcción del verso, así, con esa rabia: “Entre sombras / intento asir el volumen de una garganta que siembra / un antiguo horror entre los hombres con su grito / de impiedad y lumbre.”
La otra cara de la moneda poética la leemos en la obra de Ángel Augusto. Si Fuentes Balam es el fuego que todo lo consume, Ángel Augusto es la flama que sabe moldear el acero. Los poemas de Ángel Augusto son cantos y melodía, la mano que abre la bruma para dejar que la luz llegue a los jardines. Sus poemas son la naturaleza, la primavera que derrite las nieves e invita a la reflexión. Uno puede ver al poeta caminando en los jardines, junto a los riachuelos, con el pincel en la mano, dando color a toda la oscuridad que pudiera presentarse en el camino. El hablante lírico que Augusto construye, no solo porta la luz, es la luz que hace vivir a la rosa, la que hace brotar el agua de la roca. Y hasta de las tinieblas de la tradición y el erotismo, el autor enmarca la claridad de su espíritu: "Mi sexo soporta el peso abrumador de tus caderas / Como el peso del mundo / Como el peso de todo lo obsceno / Como el peso del gozo"
Damos vuelta a la hoja para entrar al mundo poético de Alejandra Sustersick. El trabajo de Sustersick planea entre el amor, el desamor, el erotismo, y la amistad inquebrantable. Las preocupaciones literarias de la poeta se perciben en la autoconstrucción del Yo. Cada parpadeo-poema es un espacio físico y lírico para que la imagen sea una parte del cuerpo. Su anatomía se encuentra desperdigada entre los versos de su obra, haciendo de cada poema una estructura corporal independiente en el que la autora enhila sus espacios vitales. La casa, la ciudad, el espacio abierto, el paisaje, los elementos de la naturaleza: fauna, flora, aire, agua, la energía se percibe en el trabajo que Sustersick nos presenta.
Manuel Crespo nos recuerda la voz poética de Fuentes Balam, al menos en la energía con la que se construye el discurso. En el poema de Crespo vemos otro espacio mental creativo. Como escondiera la mano izquierda mientras escribe el poema con la mano derecha, dejando la izquierda para nuevas oportunidades literarias de sacar el aullido. Crespo es un autor empeñado en que la literatura sea balsa para sortear el río de la vida. Leer a Crespo es abrir el refrigerador, tomarse una cerveza, y leer con calma. Luego tirarse sobre la pareja y llenarla de besos y mordidas al por mayor.
Para entrar al trabajo de Daniela Eugenia debemos permitirnos la ensoñación. Desde su primer texto titulado 'Matices' la autora hace de la imagen su herramienta que invita a mirar con los ojos de la poesía el caminar del hablante lírico a través de la ciudad. Daniela podría situar su verso entre la poética de Ángel Augusto y Melbin Cervantes. La suavidad y la cadencia del verso se palpan y en ese vaivén prosódico se construye el sentimiento que termina por derramarse en la lectura.
La generación de nacidos en los ochenta cierra con el trabajo de Anel May y de María Jesús Méndez. Los temas de actualidad se presentan en ambas autoras. Los textos intimistas y confesionales de Anel, brincan en la crudeza de la sociedad que se retrata. ¿Qué somos los humanos sino los parásitos y la ruina de las demás especies? Aquello que no queremos ver terminamos por espantarlo de nuestro camino. Y desde ese espanto es de donde se convoca la realidad de la mirada de la autora. María Jesús Méndez en cambio intenta conciliar su individualidad con una sociedad en la que se sabe centrada. Busca dentro de su verso esquivar el encono social para caminar con la cabeza en alto sobre el discurso de su voluntad: “Por momentos, ingenua / me visto de sobreviviente.”
Esta reunión termina con el trabajo de Roberto Cardozo, un autor que usa el texto poético de manera más coloquial. Aunado a sus influencias literarias, se ocupa de la actualidad, de los problemas y dramas cotidianos: “La noche te despedaza / te va desmembrando poco a poco.”
La constante en este grupo de autores acá reunidos es la libertad, la multiplicidad de pensamientos y la diversidad de ideas. La flama que no se extingue en la renuncia a lo establecido, a las autoridades. En Karst se deja constancia de esa muerte de dios, que es la muerte de todo aquello que pretende ser norma causadora de culpas, y se rompe con eso que busca doblegar a los espíritus. Los autores antologados, parecen renunciar a ser víctimas y a ser participes de odios. Se muestran resueltos a vivir y dejar vivir, a leer y dejar leer. No intentan establecer fricciones insanas de valores arquetípicos, sino que soslayan la imprecación del tiempo, sobre los pasados errores y se ríen de todo aquello que intente limitarlos. Tal cual lo ha apuntado Mario Pinda en su poema 'Discurso de un ciudadano más': "Camaradas / hermanos de huella / las calles nos pertenecen / Sangre quién sangre / (…) Basta de resistir / es momento de avanzar a la victoria de pasos interminables / No vamos a respetar los semáforos que impusieron los invasores / patadas al rojo hasta que sea verde / verde de nosotros // Camaradas / Descalzos y valientes / aplastemos las banquetas de los invasores / el asfalto es de nosotros / Recibamos el sol de la mañana caminando / ni un paso atrás / Sangre quién sangre." El espíritu combativo es el que permea en las hojas de esta antología, ese mismo espíritu que se narra en la aulas, que se dibuja en el consumo de libros, obras de arte, filmes. Y sangre quien sangre, hay que seguir caminando, sin más temores a la noche y a la oscuridad. Los autores convocados en esta antología lo han ido descubriendo. Llevan el parásito de la literatura metido entre los ojos, contaminando su sangre. Y solo el empeño podrá decir a dónde habrán de llegar con este impulso que ahora se les brinda al reunirlos y sacarlos a la luz de otros lectores. Porque en Yucatán las antologías no han sido pocas. Las más recientes se pueden nombrar a partir de La voz ante el espejo, para continuar con Nuevas voces en el laberinto, y llegar hasta el trabajo de Casi una isla, para ceder paso a la que hoy tenemos ante nuestras manos.
La literatura en la península de Yucatán es de alta calidad y tiene exponentes tenaces y de gran constancia. Por ello podemos establecer que la década de los nacidos en los sesenta está representada en la poesía por Jorge Lara, José Díaz Cervera y Álvaro Chanona Yza. En la narrativa por Carolina Luna y Carlos Martín Briceño. La década de los setenta en poesía está representada por Lourdes Rangel y Ena Evia, y en narrativa por Will Rodríguez y Roberto Azcorra. Los nacidos en los ochenta están representados en poesía por Manuel Iris e Ileana Garma. Autores cuya obra poco a poco irá formando parte del corpus de la literatura yucateca. Y hay muchos más nombres a los que usted puede acceder con calma, y que nombrar nos llevaría algunas cuartillas.
Alzan la mirada, y frente a ellos se vislumbra el camino de una carrera literaria que tiene que ser recorrida. Ser escritor no es cosa fácil. Ser escritor no es un disfraz para agradarle a un selecto grupo de personas. Ser escritor es tener conciencia de la creación de personajes, historias que formarán un mundo diferente, a donde viajarán aquellos lectores que habrán de consumir un trabajo, en busca de hallarse a sí mismos. Ser escritor es una gran responsabilidad que tiene miles de recompensas diarias, en el conocimiento y la experiencia que implica la calma observación del mundo que nos rodea. Ser escritor es, incluso, una gran carga que pocas veces deja descansar. ¿Estás preparado para serlo? ¡Que el tiempo ponga en su lugar a los poetas!


Poetas de la Planicie Kárstica:
Escritores de la Península Yucateca en 2016 / Antología Reunida por: Adán Echeverría y Mario Pineda / 12 autores nacidos entre 1975 y 1996

1. Daniel Medina. Mérida, Yucatán, 1996.
2. Ariel López. Guatemala, 1992.
3. Melbin Cervantes. Cancún, Quintana Roo, 1991.
4. Ángel Fuentes Balam, Mérida, Yucatán, 1988
5. Ángel Nimbé. San Francisco de Campeche, 1988.
6. Ángel Augusto Uicab. Mérida, Yucatán, 1988.
7. Alejandra Sustersick. Mérida, Yucatán, 1985.
8. Jesús Manuel Crespo Escalante. Temax, Yucatán, 1984.
9. Daniela Eugenia. Mérida, Yucatán, 1980.
10. Anel May Salazar. Mérida, Yucatán, 1980.
11. María Jesús Méndez. Mérida, Yucatán, 1980.
12. Roberto Cardozo. Yucatán, México, 1975.

Daniel Medina. Mérida, Yucatán, 1996. Cursa estudios de licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Ha publicado Mímesis para Gusanos (LCE, 2015). Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014 por Templo de la fiebre; Mención de Honor en Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015 por Casa de las flores (publicado en colectivo junto a José Landa, Françoise Roy y Raciel Manríquez). Mantiene el blog: ensayoprimitivo.blogspot.com


BREVE ESTUDIO SOBRE UN POEMA DAÑADO
y vemos que todo lo ya visto
no era nada.
Miguel González Gerth
a)
Dejo caer
este poema
entre los pies
de los que ya no vuelven.
Lo dejo correr
como agua picada en la lengua
de los muertos: lo libero.
Olvido su nombre
y relación con la materia.
Él no busca la luz
ni la floristería;
prefiere a los parásitos.
Teme regresar
a la misma orilla en que
lo hallé mendigando,
teme los bautizos y las siembras.
Este poema
—potro desbocado,
gota de tumba,
tierra en embriaguez—
no sabe de vocablos.
Dice nunca haber oído sobre dioses,
mucho menos de pájaros.
Dice no conocer a los poetas.

b)
La luz no cae sobre este poema.
Hace mucho
que no llueven gotas de maná
por los rumbos:
árboles secos,
tesitura de ángeles
y rocas.
Una música de tundra
agita los pinos entumecidos.
La primera
raíz del verso
es herencia de un barco roto;
Barco débil que es montaña y desnudez,
barco que es una mujer dentro de otra.

c) interrupción
Este poema
toma muchas libertades:
ha drenado la médula
de esta página
—la preñez del verbo—,
ha incinerado la columna vertebral
de estos apuntes.

La idea inicial de este poema
ya no es clara.
Por tanto
debo destruirlo.


Ariel López. Guatemala, 1992. Licenciatura en Biología por la Universidad Autónoma de Yucatán. Con Violeta Azcona y Fernando Vázquez fundó el taller literario Espías de la interzona.


UN TRAZO DE MUERTE:
Allá viene lucifer,
cayendo con toda su orquesta iracunda.
Allá viene la carcajada repleta de dientes,
herido de guerra apunta en el delirio,
anciana derrumbando muros con un mazo
desnuda al fin sobre penumbras.
Allá viene la corrupción con su mano erecta
rosando las cuerdas que nos sostienen.
Gritaron todos el coro de la caída,
una lengua de fuego nos aplasta.

EL ARQUERO
Sus manos se tensan en
posición caligráfica,
sostiene el arco una vida
intermitente
en el horizonte.
Al destrabar el cerrojo
de llaves fugaces
la voluntad dispara
de los músculos un rayo.
Eriza el celeste en
ardiente silencio,
escapan los últimos
alientos de sus
jaulas rotas.
Calor derramado
en que descansa
la pluma,
su tintero de
corazones atravesados.

EL SACRIFICIO
para Mateo Peraza
Voltéate periodista de arena,
la playa se tiñe del calor de la tarde
y eres el ojo carnoso cuya pupila absorbe.
El que nota las marcas de grilletes en el cielo.
Voltéate periodista que se desmorona en la claridad teñida,
porque seguir esa mancha rojiza es seguir una senda hacia el vacío.
Allá solo un tráfico fantasma de ficciones,
palabras malditas moviendo las olas y la espuma.

Es tu voz periodista de los miedos
la que fuerza el mecanismo del silencio,
amarre de los pueblos a su tumba despicada.
Voltéate y devuélvenos la sonrisa,
porque las miradas son tendones amarrados a barrotes.
Tus puños son de saliva y no de huesos molidos.
Abandona la caldera donde cocinan el destino de los hombres.
Allá dentro no hay horizonte sino muros de hierro y plomo.

No son de arena los gritos que hierven a fuego lento,
ni las carcajadas que machacan institutos y prisiones.
Son plumas que sobrevuelan el papel en blanco,
tinta roja, libre de la agonizante mezcla: agua salada.
Voltéate periodista de arena.
Más allá del sol abierto como costra, aureola de las almas en pena,
hay un cuchillo dentando sobre tu cuello.
Esa playa de huesos molidos es una mano empuñando tus alas.

ELLOS ME VIERON A LOS OJOS:
Ese chico de allá vive a unas cuadras, vende chicharra.
Habla de los días perdidos en el pozo del tedio,
de abandonar el tiempo para dar más espacio a la luna,
lámpara que fisura los murmullos en el barrio.

Un deforme se tira en la calle 60 todos los fines.
Hace tiempo dejó de interesarse en el hambre.
Ahora su mirada vuela hacia destellos,
piernas bronceadas, faros anclados en manos sonámbulas.
Se dedica a navegar el calor que fluye sobre la brisa,
aliento de una ciudad que lo digiere.

Dos vagabundos en una banca intercambian sonidos que
podrían ser mero lenguaje.
Nosotros, los pájaros sin alas,
retenemos sus manos con la mirada.
Puede que no estén ahí realmente y solo queden sombras.

En aquella casa una santa bendice
el derrumbe constante de peatones sin mapa.
Delante de ella un templo gigante de barrotes y alabanza,
cuartel del cielo que impide migrar el cansancio a su reino.
La santa detrás de una reja, detrás de la noche.

Astillas, lanzas de precisión asceta.
Estacas de luz clavadas en la piel escamosa
del centro de una ciudad.
Trozos de vida mancillada que se mueven
en la marea de sudor.
Jinetes perdidos atravesando avalanchas
con el filo de su semblante.


Melbin Cervantes. Cancún, Quintana Roo, 1991. Ha colaborado en revistas literarias digitales como Sak-ha de la Escuela de Escritores de Yucatán, Bistró Magazine, literatura y poesía y Válvula Magazine. En 2015 obtuvo mención honorífica en el concurso de poesía Flores a Cozumel, y en 2016 segundo lugar de Narrativa Memorias de Una Isla. Autor de Las huellas que dejó el silencio (2016). Actualmente radica en Cozumel.

EL LENGUAJE DE LA PIEDRA
Sobre ríos que no cesan
viaja el lenguaje.
El castigo Agamenón es vestir de culpa.
Empapar nuestra frente de hiel
empujados por el frío de la noche
a un acantilado de pesadillas.
Comer el pan de la gangrena,
el beso árido
de la mortandad.
El jadear de los caballos es fuego latente.
Nos persiguen. Los jinetes y sus espadas.
¿Somos cobardes?
¿Habrá defensa para nuestras faltas?

El lenguaje de esta piedra que tenemos
por corazón: sólo sabe nombrar
vitupera lo sagrado.
El castigo Agamenón es ser nuestra propia ruina.

SIGO LAS HUELLAS QUE DEJÓ EL SILENCIO
atiendo en suspenso las voces de la playa
que llamean entre el fuego líquido del Caribe.
Leviatán desea jugar en estas aguas,
trayendo cantos y sollozos.
La gran serpiente baja sofocada de los muros
blanquecinos del cielo,
conmueve la marea; en su vientre,
nacen de espuma: golondrinas blancas.
Veo caras en la linfa agitada de los cangrejos de pardo flabelo,
devorados por la clara serpiente.
Soy tan solo un rostro de brillo que dura el instante
vientre azul vertido al mar.
Entre piedras y silencios, la oscura noche vuelve,
paseando su vestido de marismas y vientos,
la marea me regresa a los restos calcinados de la playa.
Puedo seguir buscando, el cuerpo del silencio.
Lo encuentro agitando, borrando, las huellas,
repartidas en la médula de la arena.

PRIMERA NOTA
Un rayo para destellar el horizonte
enciende este poema
que está colgándose del cielo
Mira la redondez del mundo
entre la cálida cortina de la lluvia.
El mar está tranquilo, y te dice: «Detente».
Te detienes y me detengo.
La espuma brinca hacia nosotros
bañando nuestros muslos
presas de los pantalones color caqui
del trabajo nocturno en el centro comercial.
Queremos desnudarnos, pero no nos creemos tan libres.
Mis manos atrapan el canto de gaviotas,
lo guardan en tu templo de mármol
entre gritos que laten y golpean mis costados,
donde caen sobre la cama acuática
sin chapotear.
Hay algo demasiado confuso,
niebla,
en el vaivén de los botes,
está dentro de mí
y no deja iluminarme.
Me miras y me tomas de la mano:
«Algún día te compraré
un candelabro más hermoso
que la luna y las estrellas».
Hoy ya no estás más junto a mí.

EN MI CASA HAY UNA ZANJA CAVADA
para enterrar al mundo.
Para protegerlo de sí mismo.
Las pupilas no pueden mirar
más allá del abandono.
Solo se retuercen mirando
a la luna blanca sabotear
el baile de las estrellas.
Adelanto unos pasos con miedo
y trato de tomar al mundo
pero es imposible moverlo,
de su trono de muerte
y de su sueño de guerra y profecías.
En mi casa hay una zanja cavada
llena de lágrimas.


Ángel Fuentes Balam. Mérida, Yucatán. 1988. Director de teatro, escritor y actor. Egresado de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Autor de los poemarios: Melodía tu engranaje quieto, y Cruóris o la rabia que fuimos. Ha publicado en las antologías “Pyramid” U.S. Poets in México, NYC., “Small Claim of Bones” Cindy Williams, University of Southern Maine, “Cuéntanos tu locura” Ediciones Arriba del Pegaso, “La memoria de los días” Ediciones O, “Dramaturgia Express I” SEGEY. Ha sido colaborador de cuento, dramaturgia y poesía en revistas como “delatripa”, “JUS”, “Almiar”, “Sinfín”, “El mollete literario”, “Círculo de poesía”, “Río Arriba”, “Ariadna-rc”, “Morbífica”, entre otras. Ha trabajado como maestro en artes en escuelas privadas y públicas, así mismo como profesor de teatro y creación literaria en el CEAMA Yucatán.

LA NOCHE NO TIENE BRAZOS, solamente espuma
que arrastra las últimas vacilaciones de mi cuerpo;
soy ola que golpea el gran peñasco de la soledad,
erosionando su piel, su angustiosa capa de caídos
dientes que recogió de mis soñares hoscos.

La noche no tiene brazos que sujeten mis hombros ni mi nombre,
carece de manos que acaloren mi pelambre. Entre sombras
intento asir el volumen de una garganta que siembra
un antiguo horror entre los hombres con su grito
de impiedad y lumbre.

La noche no tiene brazos que sostengan el mundo,
ni dedos para hacer la cruz.
La noche no rodea, materna, mi espalda rota.
Los perros aúllan plegarias para extinguir la luna.
Entre amasijo de uñas y arena conservo las caricias de la noche.
Nadie rasga los vidrios de mi habitación o mi opaca faz.
Yo recuerdo cuando le amputé los brazos: quiso amarme.

PESTILENCIA
Álgida penitencia tendrán los amorosos,
caracoles en cuyo laberinto sufre hambre
los niños del sueño,
cuando el aliento del diablo reconstruya la arboleda muerta,
desde sus sangrientas raíces hasta el fruto del saber.
Las estrías de la tierra son canales donde violenta pasa el agua,
arrastra pueblos y héroes, canciones fundacionales y encíclicas,
animales domesticados, huertos, corazones que anochecen…
Y en esa inexorable furia los cuerpos
luchan para no decirse adiós.
¡Malditos los que se funden en secreto!
En vano intentarán resistir la tormentosa vejez.
Esta vida ruge como perra pariendo camadas de alfileres,
debería arrebatarlos en un torbellino de vergüenza y sal,
caracoles en cuyo laberinto sufren hambre
                           los niños del tiempo.
Entre serpientes y lenguas nuestra piel madura,
sólo para cubrirnos de la miserable llama
que nos habría convertido en dios.

ARIADNE OCEÁNICA
A mi hija, Luz Ariadne Fuentes Leyva.
Caí en el mar con las alas chamuscadas por el sol,
y profundo laberinto de ojos, me hizo hombre.
Una estampida de blancos elefantes
se extendía arriba del océano, surcando las montañas;
allende brillaba la ciudad fantasma que yo era,
vibrando hasta el infierno con sinfonía furiosa
que ninguna oreja oyó.

Y podía tocar las bestias de vapor, soplar la niebla
que se surge del aliento en los amantes rotos,
subiendo a la estratósfera e infectando el mundo;
amasar la campesina tierra cual si fuese barro simple,
curar la verde herida
de la madre, destrozar al antojo cada reino
en este valle
sin eco.

Todo fue minúsculo. Fui aquel dios que juega
a matar sus criaturas y reír al acto
para no llorar de soledad.
Navegando las constelaciones de la sangre,
de la ira y el amor, fruto de silencio
vuelto carne adusta que en el vientre se revela,
naciste con la muerte del invierno:
el frio has erradicado,
colocándote en lugar del astro rey.

Será entonces que podrán sobrevivir mis alas,
ya que tu calor
anima;
vierte en la naturaleza un hálito de magia
desde las microficciones de las mariposas hasta
la gran cumbre del Vesubio que extraña a su Pompeya.
Sé que mi corazón es un volcán
al que tus olas apagan dulcemente;
bastaría una gota de tus ojos
para extinguir mi sed, hasta que muera.
Respiras…
respiro…
Tu madre emocionada nos escucha.
Sabe que inhalamos el goce perpetuo de la lluvia,
que exhalamos nuestra pena para distender la piel;

ella y yo
somos manecillas de un reloj divino
cuya última hora
serás tú.
Endeble Atlas, cargo el mundo:
los árboles me susurran en la nuca
canciones que entonaré para que duermas;
los ríos escurren por mi espalda
y se evaporan al contacto
con las ardientes alas que me regalaste
luego de caer.
Me ofreciste un esqueleto nuevo y tibio,
músculos resistentes a las dentelladas de la vida
y este par de alas de fuego.

En ti convergen estrellas meridionales y boreales,
la energía de los polos, hielo eterno y magma puro;
además en tu saliva nadan las ballenas,
los gigantes calamares
que se tragaron mil antiguos barcos,
las tortugas de caparacho diamantino,
algunas sirenas del tamaño de mis dientes,
que, dentro de un nautilus,
edificaron un castillo en espiral.

Eres el centro de los centros ceremoniales,
el núcleo que regula el giro del planeta
—eres el agua en el cuerpo de sus pobladores—,
y la inmensa luz que hoy lo recubre.

Acaricio el lomo de aquellos blancos elefantes,
participo de tu grande estancia, de tu primacía;
me conviertes en dueño de la nueva creación:
este sublime sostener el universo
con mis dedos de niño atribulado
y —felizmente— en lacrimoso acto
alzar el vuelo, rebasar el laberinto,
fundirme, hija, en tus radiantes olas,
besar tu frente y con dolor paterno
hacerme, en la caída sin fin: hombre.


Ángel Nimbé. San Francisco de Campeche. 1988. Poeta, periodista y promotora cultural. Estudió Literatura en la Universidad Autónoma de Campeche. Actualmente cursa la maestría en Creación y Apreciación Literaria en el Instituto de Estudios Universitarios. Becaria Pecda en su emisión 2012. Autora de Las danzas de la serpiente, premio estatal de poesía 2015.

LEPTOMAR (LAS BITÁCORAS DEL DESAHUCIADO)
DÍA PRIMERO. EL DOLOR Y LA LUZ
Me interno en un recinto blanco parecido al insomnio. Hay brújulas que apuntan a mis venas. Me entierro en una leche espesa, papilla que mis tías, con rostro informe y gris, servían de alimento.
Tengo el cuello rígido, congelado en un gesto hacia las nubes. A qué sabrá la luz sobre lo blanco. Al tocarla con la lengua me derrite.
Tengo fija la mirada en las paredes y no consigo ver afuera de mí mismo. Con esta luz deben vivir los condenados.
Recuerdo a medias, un relato de mi infancia, sobre monstruos que poblaban los abismos, pero en éste solo habitan los espejos, ninguna cara entre esas sombras reconozco.
Este recinto blanco me sofoca. Debe tener el sabor del abandono. Con esta esclavitud deben vivir los muertos.
Antes de aquél entierro era octubre. Recordaba a mis muertos con las velas que otros me enseñaron a encender. Estaban ahí los diablos a los que me encomendó la abuela ─con sus colgajos rojos─ desde antes de mi concepción.
Me pregunto si soy el único maldito de mi estirpe.

DÍA TERCERO
Salta el pez de la fiebre en los canales de las arterias. Debería ser un celacanto, monstruo de épocas extintas atorado en los capilares, rompiéndolos de uno en uno.
Mi cráneo ya no soporta su contenido. Más de un siglo de antibióticos me duelen.
He decidido acabar conmigo. Me arrojaré en el siguiente risco al estómago del mar. Busco ahora un precipicio entre las sombras. Tal vez el pez interior, rabioso por la sangre, anhela la inquietud del agua.
Suero.
Reposan un instante las arterias, antes que un nuevo latido las sacuda.
Debí hallar el mar hace mucho y destruirlo. Intentar beberlo o vaciarlo en otra parte, como tratamos de exorcizar los miedos de la infancia, el terror que nuestra casa se destruya y nos devore el fuego uno a uno, o que acaso nos invadan otros rostros.
Así cómo intentamos vaciar esos miedos en los años para que los olvidemos, aunque sepamos que siempre tememos la finitud, perder lo amado, aunque tenga ya otro nombre.
Sueño.
Alguna vez mi madre dijo que debí matarla en su vientre. Que fui como esos niños casi engendros de monstruos que aparecían en el insomnio.
Nunca creyó, hasta no verlo, que devorara las cabezas de las aves, cuyas alas aún se agitaban en mi boca.
Mi mejor amigo tenía el cuerpo diminuto y delgado. Era un niño blanco como solían ser las princesas de los cuentos. Tal vez cuando crezca halle un hada y se case. Tal vez se acuerde de mí, que solía devorar los corazones de los lobos.
Mi mejor amigo de la infancia se desmayaba a ratos. Mucho tiempo bajo el sol le hacía desvanecerse. Solía cargarlo y correr hasta ponerlo a salvo de las patadas de los otros que hacían leña del caído. Aunque su cuerpo era extrañamente resistente.
Mi amigo solía saltar de los techos de las casas y siempre caía de pie. Cobraba por el show lo que un paquete de galletas o un juguito.
Estoy seguro que de haberlo yo intentado algo en mi interior se hubiera perdido. El pez de mis arterias no está hecho para soportar el duro embate del asfalto.
Cómo arde.
Duele abrir los ojos, contemplar en un instante todo el cauce de la vida, como dicen los creyentes que miran a los desahuciados.
En alguno de esos viajes veo las paredes de mi infancia, los troncos rotos de árboles donde solía enterrar a los conejos.
Trato de repasar mi vida en un intento de convencerme que no siempre fui un monstruo. Que alguna vez olí una flor para apreciar más sus contornos, no para rellenar la piel de aquellos seres que se pudrían en el patio.
Creo que mis intentos de felicidad ya fracasaron, murieron desde la primera vez que abrí los ojos.

CUENTOS DE HADAS DESGRACIADOS
I
Mamá me dijo que el hombre de arena no es real,
que no morderá mis juguetes,
ni jalará mis pies si resbalo
cuando juegue en el columpio a medianoche.
No me arrastrará a su reino de morfinas
debajo de la cama
ni me convertiré en una de esas niñas
a las que a veces se les caen los ojos
que los rincones devoran.
Mamá me contaba cuentos
pero nunca creí en ellos demasiado
ni alcancé a oír uno con verdadero final.

Pero en mi sueño los caballeros morían
y otras batallas quebraban a las princesas.
Por la noche me despierto y pregunto por mamá.
Y no la encuentro.
La bruja gana, indefinidamente.

II
Ella había dicho que no temiera al rayo
ni a la oscuridad, que no vendrían
soldados a incendiar la casa,
ni los entes deformes
saldrían de los charcos de agua sucia.
Ella mentía.

III
Mamá me dijo que un día a todos nos llegaría la muerte.
Que un día ella, papá y el gato cerrarían los ojos.
me habló del último destino,
pero nunca mencionó el abandono.


Ángel Augusto Uicab. Mérida, Yucatán; 1988. Fue incluido en la antología #ESCRIVIVE-PLAYA (Greca, 2016). Ha publicado en revistas como: Revarena, Factum, Monolito, Cirrosis, Bitácora de Vuelos. Desde marzo de 2016 participa en revista delatripa: narrativa y algo más con su columna Koo´ten Xook (Ven a leer).

PLENILUNIO
Sentado
en la cornisa
del tiempo
miro la flor
plateada
que se abre
en la noche.

EN DEFENSA PROPIA
Aclaro que maté a la rosa
no por sus espinas sino por bella

Tanta belleza
no cabe en las manos
ni en los ojos

Tanta belleza
a veces duele
Duele en los pétalos
en las manos
en las pupilas

Por eso
la estrujé entre mis dedos
con toda la fuerza
con todo el amor que puedo dar

Lloré
lo juro
y en el llanto
brotaron pétalos
espinas
hojas
el sentimiento de alivio
que solo la muerte
de algo que amas
y duele
y se duele
puede provocar.

X-TABAY
Al caer la noche
la cigarra canta
un fuego baila lento
una botella de licor

X-Tabay, mujer hermosa
tu piel de lirio
tu pelo como la noche acaricia tus pies
tus pechos cerros voluptuosos

Siento el deseo ilícito de tomar tu carne
siento tus manos descubriéndome
siento tu olor a x´tabentún que me embriaga

Los tecolotes que tienes por ojos se reflejan en mis ojos
Mi sexo soporta el peso abrumador de tus caderas
como el peso del mundo
como el peso de todo lo obsceno
como el peso del gozo

Tus cabellos, látigos que surcan mi espalda
tus uñas, espinas que se clavan en mis hombros
tus dientes, pencas de henequén atraviesan mis labios

La noche me aplasta
deja caer su obscuridad sobre mí

Por la mañana
por la mañana el rocío de la ceiba
hormigas rojas brotan de mis llagas.

CUANDO SE ACEPTA AMAR, SE ACEPTA SUFRIR
El amor:
son tus lágrimas
pétalos de rosa atardecer
que llenan el cuenco
que forman mis manos.

LIBÉLULAS
Alguien viene de noche
y reemplaza mis ojos
por un par de libélulas

Las libélulas
mis ojos
mis oji-bélulas
besan el reflejo de la luna
en los espejos de agua

Y los cuencos donde pertenecen
mientras tanto
quedan vacíos

Mis oji-bélulas
no regresan
hasta que el frío matutino
casi congela sus alas

Cuando retornan
se posan pétreas
entre mis párpados
como si nada pasara.
(Continuará)

Currículo de Adán Echeverría en esta misma revista Realidades y Ficciones Nº 26.


Ensayo
EL YO POÉTICO
Lo que está en la voz
Estela Barrenechea ©

Soy otra como parte de las gemas de sangre pisoteada
que oxidan la intemperie.
Voces de la vergüenza dentro de mí.
E.B.

Jorge Boccanera
Aproximarse al “yo poético” implica hablar de un aliento de vida que en la escritura se manifiesta como nuestra voz. El poeta es poseído por voces inasibles en el espacio de lo real que se manifiestan en el texto poético. En él dominan las marcas culturales del tiempo de la escritura. La carrera vertiginosa e inagotable que el yo poético realiza como mediador entre la voz del poeta que escribe y las otras voces que resuenan en él despiertan —ya sean ruidos, música, cantos, imágenes pictóricas y del pasado, memorias de viajes, de otras culturas, memorias fantasmales y más— palabras, que en su encadenamiento, otorgan ritmo y belleza al canto de la poesía. 
Siempre he supuesto, en medio de las dudas y de los diversos criterios que me han proporcionado las distintas lecturas, que los nombres en la poesía no tienen un significado definido ni pertenecen a un tiempo o a un espacio histórico determinado.
Juan Gelman
Estos nombres son polisémicos y están cargados de sentido. Recuerdo las palabras de Jorge Boccanera en sus ensayos sobre la poesía de Juan Gelman cuando hace referencia al poeta Ezra Pound que dice: “la mejor escritura, es nada más y nada menos que lenguaje cargado de sentido al máximo posible” [1].
Ezra Pound
Cuando he pensado en el arte poético, me ha obsesionado la idea de que este trasciende el tiempo y se instala en el antes, en el presente y en el después del que escribe. Ocultas en el interior del poeta circulan desencajadas voces. Él, al escribir sus versos y darles forma, sin lugar a dudas transmite el secreto de su mismidad. Mismidad que trasunta el deseo que habla en la escritura. Tal vez sea por las múltiples influencias que el autor literario recibe a lo largo de la vida que, en el momento de la escritura, la voz poética dibuje una sinfonía hecha de palabras que manifiestan la tensión que sufre el yo poético al saberse en su singular multiplicidad; él no es un sólo yo sino varios. Pensar que el yo no es el mismo de un momento a otro nos sumerge en el abismo de la creación; su secreto radica en que la obra de arte no pertenece a un solo e identificado autor. Este no cobra importancia como personaje real de un tiempo histórico determinado, sino que sólo su nombre queda pegado a la obra. 
¿Qué sería Madame Bovary sin el nombre Flaubert? ¿Qué sería En busca del tiempo perdido sin el nombre Proust? ¿Y qué sería La metamorfosis sin el nombre Kafka? A partir de esta idea, no creo que sea extravagante pensar como no importante al autor de poesía incluyendo a la poesía en un todo literario. 
Quisiera poner en palabras y hacer míos los dichos de Michel Foucault en la conferencia dictada ante la Sociedad Francesa de Filosofía (“¿Qué es un autor?”) de fecha 22 de febrero de 1969:
Michel Foucault
“La obra que tenía el deber de traer inmortalidad recibe ahora el derecho de matar, de ser asesina de su autor. Vean a Flaubert, a Proust, a Kafka. Pero hay algo más: esta relación de la escritura con la muerte se manifiesta también en la desaparición de los caracteres individuales del sujeto escritor; mediante todos los ardides que establece entre él y lo que escribe, el sujeto escritor desvía todos los signos de su individualidad particular; la marca del escritor ya no es más que la singularidad de su ausencia.”

Gustave Flaubert
En el engranaje de los nombres poéticos, en la masa rítmica de los versos que forman un poema no tiene importancia su autor; no es importante que exista una singular poesía o una singular novela o un singular ensayo; da lo mismo que exista o que no exista tal singularidad. La prueba de mi afirmación la dan los trabajos literarios anónimos; como ejemplo tenemos a la poesía goliarda. La obra es lo que queda; en ella surgen voces y estas pueden ser femeninas o masculinas y no tienen un tiempo y un espacio prefijado. El yo poético se desmiembra y se une al escribir el poema. Creo haber leído en el Libro del desasosiego de Fernando Pessoa esta sentencia que me parece maravillosa “cada uno de nosotros es varios, es muchos, es una prolijidad de sí mismos”.
Marcel Proust
No quisiera soslayar en este pequeño trabajo la obra de Borges, que, a lo largo de sus cuentos, cuestiona a la figura del autor como un yo que no cambia. Para no extenderme, me refiero a El hacedor (1969) donde en su trabajo “Borges y yo” aparece el problema del desmembramiento del yo. Veamos las últimas líneas del cuento:

Jorge Luis Borges
… Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página. [2]

No me gusta pensar el origen de la creatividad ni de las voces que surgen en el poema, puesto que creo que lo azaroso de la vida es lo determinante en el tramado de los nombres poéticos. Distintas situaciones a nivel mundial, como guerras, pestes o pobreza extrema, son efectos determinantes en cualquier humano que hacen a la escritura de este. Ahora bien, para aclarar este pensamiento que no pretendo afirmar como una verdad absoluta, sino que simplemente es parte de las creencias que sustento relacionadas con la creación, me atrevo a decir que el que se dedica a cualquier arte y en el caso que nos ocupa, a la poesía, escribe versos inmerso en la época histórico-cultural en la que vive, y esto es también puro azar como que tenga o no dones creativos. El misterio radica en que nunca el creador sabe por qué un torrente de voces, colores, sonidos y más hablan en él y se desprenden de él generando forma en la obra de arte.
Fernando Pessoa
Si regreso al trabajo poético concerniente a esta mínima exposición, la presencia de lo que hay o de lo fáctico (el hecho real) está mediada por el sentido que le damos a las cosas vividas y estas no escapan al imaginario social de la época en la que el poeta vive. El personaje escritor tiene importancia por su búsqueda de un nuevo sentido, pero no la tiene como hombre real de su tiempo. Es la partitura del alma del poeta, con sus conmociones, emociones, sentimientos, ideas y pensamientos, la que otorga una dimensión trascendente y que hace a la esencia de la obra poética. El alma (llamémosla psiquis, espíritu o como queramos llamarla) se hace letra en el poema y produce diversas y múltiples connotaciones. Como ya dije al comienzo de mi exposición, siempre me ha alentado pensar que el significado de cada palabra es polisémico y tiene como su mejor posibilidad el sentido que cada lector le confiere. 
Arturo Carrera
El diálogo que el poeta establece con un posible lector enriquece la obra y esta se desprende del autor. La obra habla por sí misma. El propio personaje literario, sea poeta, narrador o lector como diría Borges, dialoga con una voz siempre misteriosa y ajena para poner en forma escritural sus deseos; y su escritura está formada no solamente con la forma y el ritmo que esta le exige, sino también por las manos que delinean en la tinta su propia carne, sus propios huesos, todo su ser convertido en palabras que mientan sensaciones, sentimientos, sueños, experiencias y deseos.
Arnaldo Calveyra
El hilo que une al poeta con el mundo, su poesía, lo ata con las cosas y también une las cosas con sus palabras. Esta conexión produce el hecho artístico. La creación es, a mi entender, la fuerza de una pasión transmutada que, instalada en el creador, provoca instantes singulares que penetran en el cuerpo-memoria del que escribe. Arturo Carrera, en su trabajo Ensayos murmurados, evoca las palabras del gran poeta argentino Arnaldo Calveyra, diciendo que la poesía es, sin duda, también la memoria: “memoria de una intensidad perdida” [3]. También dice Carrera que “el poeta habla en su yo poético de un presente inmemorial: el presente” [4].
¿Qué es lo que le ocurre entonces al poeta? Él se encuentra tomado todo entero por la intensidad de la experiencia de un tiempo pasado que regresa al presente y que absorbe junto a su propia voz las voces de otro tiempo y de su tiempo. A mi entender, el yo poético vuelve su rostro hacia el pasado y, en los instantes en los que escribe, recompone las voces que crecen en él en forma desmesurada, provocando que el escritor roce el mundo que lo rodea y que con sus palabras escriba el poema. ¿Estas no son acaso una red táctil de ideas y sensaciones puestas en un lenguaje que es indiferente al que lo escribe? El poeta tanto como el filósofo tienen su destino afectado por el asombro de un universo que no conocen, pero que es su primera guía. De este asombro tal vez salga su don poético que nos va a hablar de su deseo y de la pasión que lo domina en la aventura de vivir.
Franz Kafka
Lo notable es que el poeta no sabe nada de su profunda mismidad, se pierde en lo cotidiano para lanzarse hacia el misterio del mundo. Él, al extraer del silencio nombres, conjura lo que niega, la fuerza del dolor y el hermetismo de la tragedia, para dar lugar al deseo de vida que se abre en él para romper un tiempo de dolor y de muerte con la siembra de un nuevo sentido en los nombres poéticos.
La escritura se convierte, entonces, en un gesto de resistencia al intentar ofrecer un vuelo de luz para mitigar la angustia de la finitud y salir de la oscuridad. No interesa que las formas poéticas, rítmicas en sí mismas, sean bellas o no bellas, comprensibles o no; lo importante es que manifiesten un sentido ante una realidad que se presenta dislocada. El gesto sublime de la poesía da una impronta revolucionaria al trabajo del poeta y también al que lo lee, puesto que el poema deja una huella formal que se abre a un nuevo universo de sensaciones.
Pienso que el lenguaje en la escritura huye del que escribe y no deja de perseguir al que lo lee. El poeta forcejea entre las imágenes de su tiempo y su traslado al papel; son obsesiones que se organizan en la letra. Aún cuando al escritor lo sobrevuele un universo de dolor y esté inmerso en el mundo de la vida, cada poema escrito en la fugacidad de la existencia es parte de una práctica sublime que templa su estar en la tierra.

[1] Boccanera, Jorge, Confiar en el misterio. Viaje por la poesía de Juan Gelman, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1994, p. 234.
[2] Borges, Jorge Luis, edición dirigida y realizada por Carlos V. Frías, “Borges y yo” en Obras completas de Jorge Luis Borges, Emecé Editores, Buenos Aires, 1974, p. 808.
[3] Carrera, Arturo, Ensayos murmurados, Mansalva, Buenos Aires, 2009, p. 48.
[4] Op. cit., p. 56.


Currículo de Estela Barrenechea en:


LAS ANTÍGONAS Y LA VERDAD
Agustín Romano ©

PRIMERA PARTE

Queridos amigos:
Quiero comenzar esta exposición recordando algo de mi juventud. Allá por la década del ‘60 tuve la suerte de frecuentar la casa de un excelente escritor argentino, hoy muy poco recordado. Alfredo, que así se llamaba, poseía una hermosa biblioteca en donde los más variados temas estaban presentes.
Antígona
de Frederic Leighton (1882)
Aparte de los libros, lo que daba un tono muy especial al ambiente era una colección de pequeñas figuritas que estaban distribuidas por todo el lugar, especialmente en los bordes de los estantes de los libros. Según supe, mi admirado escritor, las había ido encontrando a lo largo de sus viajes por el mundo. Las había, según nos contó a un grupo de muchachos amigos, japonesas, rusas, españolas, alemanas, americanas y de países de los que yo, por aquel entonces solo tenía escasos conocimientos. Lo mismo que hoy.
Las pequeñas figuritas eran de madera, plástico, cerámica y de los más insólitos materiales que no pude ni puedo identificar. Lo cierto es que a pesar de su pequeñez y tal vez por su cantidad le daban a la biblioteca de Alfredo un aire encantador, con un cierto toque de misterio. Eran pequeñas lechuzas.
Para los que tenemos el hábito de frecuentar la filosofía, nos resulta sumamente simpática esta noble ave después que Hegel la inmortalizara diciendo que el pájaro de Minerva solo alza el vuelo al atardecer. Desde entonces este símbolo de la sabiduría ha pasado a ser algo así como el logos, sino de nuestra profesión, por lo menos de nuestras aspiraciones.
Algunos ya se estarán preguntando a qué viene todo esto. Otros seguro que sospecharán que algo me traigo bajo el poncho.
Antígona y Polinices
de Nikiforos Lytras (1865)
Así es. La biblioteca de Alfredo y sus pequeñas lechuza son la mejor metáfora de lo que considero que son mis principios epistemológicos.
Los libros de Alfredo, como los de cualquier biblioteca, nos dan una versión de la realidad, siempre parcial. También nos transmiten los deseos y las esperanzas que se han ido forjando a lo largo de los siglos. Es frecuente que lo que dice uno sea negado o corregido por otro. En fin…
No existe ningún libro que nos dé la totalidad de la Verdad (con mayúscula), únicamente tenemos pequeñas zonas de probables verdades (con minúsculas), representadas por la pluralidad de las pequeñas lechuzas de Alfredo.
Si tomamos, por ejemplo, los mitos, esta afirmación se torna más que evidente.
Los mitos son relatos de orígenes antiquísimos que, si los sabemos interpretar, suelen darnos versiones de la realidad asombrosas. De ellos solo diré que siempre son funcionales a los grupos que los adoptan. Es frecuente, entonces, que de un mismo mito existan versiones diferentes o con significados que alcanzan su sentido solo a partir del grupo que lo ha adoptado.
Lo mismo que mi admirado escritor, también me constituí en un coleccionista. Desde hace un tiempo colecciono Antígonas.
Mi propósito manifiesto es mostrar cómo el mito de Antígona alcanza significaciones diferentes a través de los tiempos o de distintas interpretaciones. Mis otros propósitos los dejo liberados a la buena voluntad de los que me lean.


La primera fuente que tengo en mis manos es Los siete contra Tebas, de Esquilo. Se cuenta aquí la lucha desencadenada por los hijos de Edipo, quienes se disputan el mando de la ciudad.
Esquilo
Mónica Villarreal (2016)
Es mostrada desde el punto de vista de Eteocles que, atacado por su hermano Polinices, pretende asumir el mando de la ciudad, que según habían convenido después del exilio de Edipo, sería ejercido en forma rotativa. Pero al cumplirse el plazo en que debía ceder el trono a su hermano, Eteocles se lo negó, Por lo cual Polinices tuvo que huir. Pero gracias a que consiguiera casarse con la hija del rey de Argos pudo regresar a Tebas para reclamar lo que era su derecho. Las siete puertas de la ciudad son atacadas en forma denodada hasta que ambos hermanos deciden enfrentarse en singular combate. La lucha concluye con la muerte de ambos. El Consejo de Tebas decide que Eteocles sea enterrado con honores, no así Polinices, cuyo cadáver permanecerá insepulto. Sin embargo, Antígona (hermana de ambos) toma la firme decisión de darle sepultura. El coro de mujeres tebanas que ha acompañado toda la acción se divide. Una parte acompaña a Antígona a enterrar a Polinices; la otra asistirá a los funerales de Eteocles. Hasta aquí Esquilo.


Conviene en este momento, pacientes amigos, aclarar algunos significados que nos serán muy útiles dentro de poco.
Numa D. Fustel de Coulanges
El historiador francés Fustel de Coulanges, en su hermoso libro La Ciudad Antigua, hace una exposición muy clara del significado del fuego, la casa y el culto familiar a los muertos en los tiempos más arcaicos de Grecia, Roma y otros pueblos.
Para los griegos antiguos, la casa no era solo el lugar donde vivir sino, también, el ámbito sagrado por excelencia, donde se oficiaban todos los ritos dedicados a los antepasados y dioses familiares. El lugar en donde debía arder permanentemente un fuego sagrado en su honor.
En cuanto a los ritos fúnebres nos dice:
“Es corriente ver en los antiguos escritores cuánto atormentaba al hombre el temor que después de su muerte no se observase bien los ritos funerarios. Era esto origen de constantes inquietudes, y más que la muerte se temía a la privación de sepultura, porque en ello iba el descanso y la felicidad eterna.”


Quien retoma la acción es Sófocles, en Antígona.
Sófocles
Mónica Villarreal (2016)
Creonte ha asumido el poder de la ciudad. Es él quien ha dictaminado los honores póstumos de Eteocles y la deshonra eterna para Polinices, dejándolo insepulto.
Es su hermana Antígona, quien, asumiendo la ley arcaica y no escrita, realiza, aunque de un modo precario, el rito fúnebre. Ante esta desobediencia, el nuevo mandatario, la condena a ser encerrada de por vida en una cueva.
Antígona, ante la frustración de su destino de casarse y tener hijos, se ahorca con su propio velo. Hemón, su novio e hijo de Creonte, entra en la cueva y se mata con su propia espada. Su madre, Eurídice, esposa de Creonte, al contemplar a su hijo muerto, también se suicida.
Una pregunta que me parece pertinente que nos hagamos es la siguiente: ¿Qué enseñanza o mensaje quería transmitir Sófocles a los espectadores atenienses de su época?
Para entender esto tomaremos dos conceptos propios de la cultura griega: Sophrosyne y Hybris.
Sophrosyne significa el orden, o cuando todo está en su sitio; Hybris, es la desmesura o el estar fuera de lugar. Ambos conceptos juegan tanto en el sentido individual como en el social.
De acuerdo a estas categorías quien está obrando con Sophrosyne es Antígona, dado que respeta los mandatos de las antiguas leyes, Creonte, en cambio, es quién obra con Hybris, dado que, no solo las ignora, sino que crea un nuevo orden.
Interpretado de este modo, resulta clara la intención de Sófocles de mostrar a sus conciudadanos las terribles consecuencias que traen las innovaciones o las alteraciones sociales. Así se lo hace saber Tiresias, el adivino ciego, quien le vaticina los terribles males que sucederán si persiste en su actitud.

Eurípides


El gran Eurípides en Las fenicias retoma casi toda la historia de la familia de los Ládbacos y altera mucho de los acontecimientos. En esta versión, Antígona no cumple la tarea de enterrar a su hermano, por lo tanto el conflicto que nos preocupa no se da.


¿Cabe, sin embargo, interpretar de otro modo o desde otra perspectiva los acontecimientos que venimos reseñando? Creemos que sí. Esto es fundamental, no solo para la interpretación, sino también para todas las reelaboraciones que se puedan dar a posteriori en distintos ámbitos o culturas.
La primera que mostraremos es la posible interpretación aristotélica.
Aristóteles
Recordemos que Aristóteles trata el tema moral entre otras obras en su Ética Nicomaquea. Aquí, al hablar de las virtudes, las divide en éticas y dianoéticas. Estas últimas son el más alto desarrollo intelectual desde donde se fija el bien supremo para el hombre que es el placer que da la contemplación de las verdades cósmicas.
En cuanto a las virtudes éticas, este es el plano de las virtudes que se logran mediante el ejercicio del hábito y la educación y que están destinadas a controlar los excesos de los deseos corporales o las malas disposiciones del espíritu. Es aquí donde Aristóteles establece el principio del término medio
Así, en una situación de peligro, por ejemplo, el estallido de un incendio, unos, pensando tan solo en su seguridad huirán: son los cobardes; otros, tratarán de salvar los bienes en peligro, pero sin tener en cuenta su propia vida: son los temerarios.
Para Aristóteles ninguna de estas dos actitudes tiene valor ético. La que sí lo tiene es la de aquellos que tratan de salvar lo que se pueda, pero sin poner en peligro la propia seguridad: son los valientes
En este caso, cuando se trata del nivel de lo individual, preservar la vida es un valor fundamental.
Pero, cuando lo que está en juego es la seguridad de la colectividad, como en el caso de una guerra, debe ser un honor estar dispuesto a morir en defensa de la ciudad.
Si evaluamos con estas categorías a los principales personajes de esta tragedia encontraremos que Creonte, al no permitir que Polinices sea enterrado, obra con desmesura y sin tener en cuenta los males que esta medida traería como consecuencia: es el temerario. Ismene, la otra hermana, no quiere hacerse cargo del mandato familiar: es la cobarde. La única que lo asume es Antígona. Es ella la que comprende que no solo está en peligro el alma de su hermano, sino que también están en peligro los principios de la familia: es la valiente.


Amigos, entraremos ahora a considerar otra interpretación filosófica, la que Hegel hace de la Antígona, de Sófocles.
Georg W.F Hegel
Quiero advertirles que no podremos seguirla en toda su extensión, ya que por su desarrollo minucioso sería imposible hacerlo dentro de este espacio limitado. Hegel trata este tema en su Estética y en su Fenomenología del espíritu, principalmente. Solo tomaremos los puntos esenciales, pero creo que serán suficientes para su comprensión.
Como todo el mundo sabe, su filosofía consiste en mostrar el desarrollo dialéctico que parte del estado de abierto propio del hombre, es decir de su posibilidad de percibir el mundo, que se va desplegando a través de distintas formas de la conciencia, hasta llegar a integrarse en el Espíritu Universal, único y supremos sujeto de su sistema.
A lo largo de este camino, en un momento dado, la conciencia se descubre a sí misma, es decir se transforma en autoconciencia. De las múltiples consecuencias de esto tomaremos algunos elementos fundamentales que Hegel describe con respecto a las relaciones establecidas en la familia arcaica. Divide el desarrollo de la autoconciencia: por un lado la de la mujer y por otro la del hombre. Para él el ámbito de la mujer es el de la casa y está apegada al culto de los dioses lares y al respeto de sus leyes. Su desarrollo se concreta en el amor y la piedad. El ámbito del hombre, en cambio, es el de la polis y su desarrollo, en tanto autoconciencia, se plasma en el dictado de leyes destinadas al bienestar de la ciudad.
Dado el desarrollo dialéctico de todo, estas dos maneras de organización (el de la familia y el de la polis) van a entrar en conflicto.
Dice Hegel en su Estética:
“[Antígona es]... una de las más sublimes obras de todos los tiempos, primorosa bajo todos los aspectos. En esta tragedia todo es consecuente: están en pugna la ley pública del Estado y el amor interno de la familia y el deber para con el hermano. El pathos de Antígona, la mujer, es el interés de la familia; y el de Creonte, el hombre, es el bienestar de la comunidad. Polinices, luchando contra la propia ciudad patria, había caído ante las puertas de Tebas; y Creonte, el soberano, a través de una ley proclamada públicamente, amenaza con la muerte a todo el que conceda a dicho enemigo de la ciudad el honor de los funerales. Pero Antígona no se deja afectar por este mandato, que se refiere solamente al bien público de la ciudad; como hermana cumple el deber sagrado del sepelio, según la piedad que le dicta el amor a su hermano. A este respecto apela a la ley de los dioses; pero los dioses que ella venera son los dioses inferiores del Hades, los interiores del sentimiento, del amor, de la sangre, no los dioses diurnos del pueblo libre, consciente de sí, y de la vida del Estado".
Lo trágico para Hegel que tanto Antígona como Creonte tienen un ámbito racional que los avala. Ambos son héroes.
En los dos puntos anteriores hemos visto dos interpretaciones de carácter filosófico que tratan de descifrar el sentido del mito, veamos ahora cómo en distintas épocas y circunstancias ha sido utilizado.


La versión que trataremos ahora es la de Jean Anouilh. Debemos tener presente que desde el día de su estreno ha sido ampliamente discutida. Personalmente creo que lo que la hace interesante es su ambigüedad, muy parecida a la ambigüedad que caracterizaba a su autor. Anouilh no parece no haber apoyado al gobierno pro alemán de Pétain pero tampoco apoyó el llamado de De Gaulle a la resistencia. Esto le trajo inconvenientes luego del fin de la guerra dado que se empeñó en vano en salvar al Robert Brasillach, un escritor fascista, fusilado el 6 de febrero de 1945 por colaboracionista.
Jean Anohuil
Escribió su Antígona en 1942 que fue estrenada en 1944 en plena ocupación de Francia por los alemanes. Por este motivo algunos creyeron que su personaje era el símbolo de la lucha contra el nazismo, pero un análisis más profundo y detallado puede demostrar que no es así.
El concepto más importante para entender su obra es el de teatralidad. Su formulación es sencilla: Todos tenemos que cumplir un rol. A medida que vayamos entrando en su obra podremos ir desentrañando su significado.
Como en la tragedia de Sófocles, su Antígona realiza el rito funerario de su hermano Polinices. Cuando Creonte se entera, a pesar de la ley que él mismo ha establecido, trata de salvarla. Le pide que no diga nada y está dispuesto a hacer desaparecer a los guardias que la han capturado. Ante esta propuesta, ella se niega
Creonte entonces le explica la inutilidad de su sacrificio. No se trata de que uno sea un héroe y el otro un traidor. Los dos fueron dos crápulas que vivían sin importarle nada de los demás. Su pelea no fue para defender a la patria o reivindicar un derecho. Simplemente fue un ajuste de cuentas personales. Además, no existe ninguna certeza de que el cadáver inhumado sea el de Eteocles, ya que el que él eligió para la ceremonia era el que estaba menos destrozado. Todo no ha sido más que “teatro” para conformar al pueblo.
Aquí es donde la figura de Creonte parece estar inspirada en Pétain ya que muchos piensan que su colaboracionismo era en realidad un plan estratégico para salvar a Francia de la destrucción o que el poner la economía al servicio de los alemanes estaba destinado a evitar las deportaciones de miles de obreros.
Es decir, Creonte es un político y como tal se ve en la obligación de crear ficciones para que la vida parezca tener algún sentido. Sin embargo, lo que le está mostrando a Antígona es el revés de la trama. En la red de esas tramas es en donde cada cual debe desempeñar un rol. Alguien debe empuñar el timón y reinar, aunque no le guste. Así es que, a Antígona, mediante las palabras de Creonte, se le revela lo que será su vida futura. Las maravillas que vivió cuando niña, se irán transformando en cosas horribles y los seres que amaba en verdaderos monstruos. El mismo amor que ahora siente por Hemón, su novio, se irá desgastando por la indiferencia. Y todo rol que deberá encarnar en lo sucesivo será una mentira. Esto lo vive Antígona como una radical falta de libertad que transforma la vida en algo sin sentido. Es por eso que elige el suicidio.
Para estos años el existencialismo francés estaba naciendo. Camus había publicado El mito de Sísifo donde plantea el suicidio como una de las posibilidades de escapar al absurdo que es la vida. También Sartre había publicado La náusea, en donde la vida se presenta también como un absurdo. Pero la diferencia fundamental de Sartre es que el hombre está condenado a la libertad. Desde esta perspectiva, Antígona estaría atrapada por la mala fe con que Creonte trata de justificar sus acciones.
Digamos que para Sartre la mala fe consiste en evadir las decisiones que tomamos mediante el uso de nuestra libertad buscando causas externas que las justifiquen y nos eximan de nuestra responsabilidad.
Queridos amigos, en una próxima publicación veremos otras versiones de Antígona.
Bertolt Brecht, Leopoldo Marechal, Griselda Gámbaro y Lacan serán nuestros invitados.
Hasta la próxima.

Currículo de Agustín Romano en esta revista Realidades y Ficciones Nº 26.


Y algo más…
LA FILOSOFÍA SIMBÓLICA
Gustavo Flores Quelopana ©

Una buena filosofía comienza con la duda
 y nunca termina con la obstinación.
Abate Galiani

¿Es posible una filosofía simbólica? ¿Solamente mediante el concepto se ejerce el filosofar? ¿Acaso en toda representación no está presente el símbolo? ¿Se puede filosofar mediante el simbolismo poético y el metaforismo radical? ¿Si lo que asedia a la existencia humana es más grande que lo conocido, no le está más cercano a lo desconocido el símbolo? ¿Nace la filosofía simbólica de la incertidumbre de la existencia humana? ¿Está el símbolo vinculado al comienzo mismo de la filosofía que nace, antes del asombro, de la conciencia desgarrada de la realidad? ¿Nace la filosofía de la necesidad de simbolizar un estado de ánimo de separación respecto a la naturaleza y a lo divino? ¿No es acaso el filosofar mismo un símbolo primordial de una criatura que siente su propia nada ante esencias finitas e infinitas? ¿Acaso no entra en su eclipse más hondo el simbolismo primordial o filosófico cuando la conceptolatría de la razón culmina en un inmanentismo relativista y nihilista? ¿Sin embargo, no es acaso el símbolo y la metáfora el mejor modo de filosofar por cuanto hay que nombrar lo innombrable, y porque la filosofía no puede partir de lo obvio sino que tiene que justificarse? ¿Cómo excluir el símbolo del filosofar cuando la filosofía no es un asunto exclusivo de los conceptos, sino que tiene mucho de empresa personal, dramatismo, novela y angustia existencial?
Estamos acostumbrados a pensar que la filosofía es un ejercicio eminentemente conceptual, haciendo casi una identificación entre la filosofía y el concepto. En la concepción occidental de Filosofía ésta es aquella que nace en Grecia, es racional, metódica y separada de la religión. A esta forma de definición se la ha llamado definición monocultural de filosofía, a saber, la filosofía es la filosofía occidental. En esta concepción queda excluida la filosofía china, hindú y de otros orbes culturales antiguos. En la concepción posmoderna la filosofía es un metarrelato occidental, que perpetua el paradigma del Viejo Mundo al declarar inconmensurables a las culturas. La definición intercultural de la filosofía denuncia como ideológico la universalización de la filosofía occidental, pero la reduce a una experiencia viva, inculturada, propia de la experiencia vital. Es decir, la confunde con la cosmovisión o el impacto psicológico-emotivo del mundo.
Raimon Panikkar
Por mi parte a esta forma eurocéntrica de entender la filosofía la he llamado filosofar logocrático, por primar el concepto. Efectivamente, en mi estudio Filosofía mitocrática y mitocratología (FMM) he sostenido que el hombre de todos los tiempos es un ser lógico, solo varía el orden de los principios lógicos, así la filosofía logocrática —surgida en Grecia— está presidida por el principio lógico de identidad, pero anterior a ésta se dio otra forma de filosofar, propia de las culturas míticas ancestrales, o también mal llamadas pre-filosóficas. Se trató del filosofar mitocrático, que se manifiesta a través del símbolo, la metáfora y la analogía, presidida por una lógica inconsistente o de armonía de contrarios. Y aun cuando el ejercicio del pensar filosófico en el mundo ancestral no se haya conocido por el nombre griego de “filosofía”, sin embargo, se trató del mismo fenómeno de comprender las causas, alcanzar una concepción del mundo y lograr un saber de la vida. En otras palabras, no se trata de descubrir los equivalentes homeomórficos en cada cultura —como cree Panikkar—, ni de darle un valor transcultural al término griego “filosofía”, sino de lo que se trata es de reconocer si la filosofía tiene un carácter multívoco y no unívoco, y en este sentido no siempre es un saber teórico y crítico frente a la religión, y sí, más bien, un saber de salvación y de carácter teológico.
En otros términos, la palabra “filosofía” es de origen griego, esto es, no es un término transcultural, pero existe un sentido intercultural del fenómeno antropológico de la filosofía que atiende al quehacer filosófico mismo y que va más allá del descubrimiento de los equivalentes homeomórficos en cada cultura. A mi modo de ver tal sentido intercultural está relacionado con una situación antropocósmica singular, a saber, el quehacer filosófico está relacionado antes que con el asombro, con la conciencia desgarrada de la realidad, con la conciencia de nuestra situación finita y de separación respecto a la naturaleza y a lo divino. El filosofar sería así un símbolo primordial de una criatura que siente su propia nada ante esencias finitas e infinitas.
Benedicto XVI
Con cuánta razón, entonces, interpreta su santidad Benedicto XVI, en su libro La Infancia de Jesús, a los reyes magos como: “sabios; representaban el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas, un dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto filosofía en el sentido originario de la palabra” (p.101). Los magos representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro con Cristo.
¿Cuándo comenzó todo esto? Yo me atrevo a pensar, según los testimonios de la arqueología y de la antropología, que el oscuro origen se remonta cuando el homo sapiens honró a sus muertos, es decir vamos hacia a la prehistoria de la humanidad. En otras palabras, el hombre es una criatura filosófica no por un accidente cultural, sino por la constitución misma de su ser, que siente la oquedad desconcertante de su existencia en medio de la oquedad del mundo que lo asedia y no cesa de interrogarlo. De modo que en la noche de los tiempos el origen humano de las preocupaciones religiosas, por ejemplo, estaría la especulación filosófica nacida de la incertidumbre de la existencia misma. En FMM a esta experiencia radical del vivir humano su desgarramiento existencial lo llamó la condición ontológica del filosofare.
Pero ¿cómo puede servir lo simbólico al reflexionar de la filosofía? ¿Cómo operan sus mecanismos gnoseológicos y qué influencia tiene en una teoría epistémica general? En este punto la filosofía crítica de Kant nos brinda reflexiones muy valiosas.
Inmanuel Kant
Kant en el parágrafo 59 de la Crítica del Juicio escribe que los conceptos de Razón (Ideas) no tienen realidad objetiva ni intuición que le sea adecuada. Solo es simbólica, esto es, conforme no a la intuición sino a la reflexión. Lo intuitivo es opuesto a lo discursivo, no a lo simbólico. Lo simbólico y lo esquemático son modos de lo intuitivo, no son meras características sino exposiciones. Todas las intuiciones que se ponen bajo conceptos a priori son esquemas (exposiciones directas de conceptos) o símbolos (exposiciones indirectas). El símbolo es una exposición indirecta del concepto por medio de una analogía, también utiliza intuiciones empíricas. Todo el conocimiento de Dios es simbólico y no esquemático. Lo bello es símbolo del bien moral, es lo inteligible hacia donde mira el gusto, no es naturaleza ni libertad pero está enlazado con lo suprasensible. El símbolo sería, pues, una idea como representación del objeto según la analogía.
Las consideraciones kantianas nos permiten afirmar que una filosofía simbólica sería eminentemente intuitiva antes que discursiva, estaría llena de expresiones sin esquema para el concepto, sino sólo opera con símbolos para la reflexión. Es decir, que una ancestral filosofía simbólica sería una exposición indirecta de conceptos por medio de la analogía y de intuiciones empíricas. Todo el conocimiento de la filosofía simbólica en el mundo mítico sería analógico y no esquemático, es decir, intuitivo. Dios, el alma, lo bueno, lo bello, es lo inteligible hacia donde mira la filosofía simbólica, no tiene realidad objetiva conforme a leyes pero está enlazado con la finalidad y el fin final suprasensible. La filosofía simbólica sería, entonces, ideas que representan el objeto según la analogía. Esto es, el mito no precede ni está en el origen del filosofar sino al revés, es la filosofía simbólica la que está en el origen del mito. La mirada simbólica es el originario vistazo filosófico del hombre que da cuenta de lo inefable e incognoscible mediante las reglas de la analogía.
Paul Ricoeur
De manera que el símbolo no solo da que pensar —como afirma Paul Ricoeur— sino que se trata de un pensar legítimamente filosófico tanto por su forma como por su fondo. Por su forma, porque mediante lo analógico es capaz de comunicar realidades suprasensibles, que son indesarraigables a la condición humana. Y por su fondo, porque es capaz de pensar las cuestiones últimas de la realidad y de su propia existencia. Para comprender la filosofía simbólica es necesario superar la hermenéutica desmitologizante, que empieza con Jenófanes y llega a una de sus cúspides en la Ilustración, y abrazar una hermenéutica remitizante, que no solo rehaga el mito-símbolo y deshaga el mito-explicación, sino que ilumine el pensar simbólico como el acto originario del pensar filosófico ancestral, que incluso hace posible el mito mismo.
Sin embargo, esta reasunción de la hermenéutica remitizante no un retroceso hacia los dioses astrales del mundo pagano porque reconoce el Plan Pedagógico de Dios en la progresión de la Revelación. Pues el Dios único desmitifica a los dioses del paganismo y revela que venerar lo divino no equivale necesariamente venerar a Dios.
En este sentido se comprende de suyo que la hermenéutica remitizante no busca alentar un nuevo sincretismo y pluralismo religioso, lo cual es un peligro serio para la fe, sino que busca subrayar la presencia del misterio en el mundo y que el pensamiento analógico-simbólico responde a ese impulso del hombre hacia lo eterno. El filosofar simbólico tan solo vislumbra lo divino en el logos participativo o analógico pero ese vislumbre es la recuperación de lo más hondo de la condición humana, ser seres finitos plantados en lo Absoluto. Si el concepto es unívoco y el mito es multívoco, pero el símbolo es la forma más primigenia que tiene la razón de responder al profundo e indefinible entramado entre lo divino y lo profano, lo humano y lo divino, el ser y el devenir. Por tanto la profunda comunidad entre concepto y mito se halla en la naturaleza simbólica de la razón misma. El concepto es verdad por identidad y el mito es verdad por participación, pues la razón incluye a la vez doxa y episteme, se basa en la fe pero necesita de la episteme. La situación de la razón humana es enormemente paradójica: sin la fe es ciega y sin el concepto es cojo. En este sentido lo simbólico es el heraldo indicador de una criatura racional que está requerido de la revelación para su progresión en la verdad. Por el símbolo y a través de él se trasluce que en el hombre hay algo más que el hombre. El hombre es la única criatura natural que percibe lo inconmensurable, y sobre todo lo inconmensurable de Dios que rebasa toda comprensión humana. Por eso el hombre no puede desprenderse de Dios, del símbolo y de la fe. El hominismo naturalista, objetivista, inmanentista y relativista que recorta la dimensión metafísica del hombre siempre termina en dañino cinismo ético y relativismo ontológico.
Esto es, la cuádruple función del mito (universaliza la experiencia, establece una tensión entre el comienzo y el fin, investiga y explora la relación y ruptura entre lo arquetípico ontológico y lo histórico, y prepara la especulación conceptual) no sería posible sin el simbolismo filosófico ancestral. Que no se le haya llamado “filosofía” a este modo de pensar, se le haya confundido con el “mito” y que hoy se pueda ampliar el horizonte del origen mismo del filosofar hacia la penumbra de lo ancestral, no es más que la superación del episodio conceptolátrico dentro la historia de la razón humana.
Esto implica que no es que la función simbólica sea condición de posibilidad del yo, sino todo lo contrario. Es porque el yo está consciente de la condición ontológica de su nihilización permanente en el mundo, por lo que se siente impulsado a simbolizar lo amenazante de su existencia. La pregunta filosófica en tiempos arcaicos no nace de la calmada contemplación, sino de su originaria constitución de su ser en el mundo, como un yo enfrentado y amenazado por lo objetual y subjetual. El lenguaje simbólico cotidiano no es el lenguaje simbólico del filosofar ancestral, porque la función de éste último es promover sentido a una vida desprovista de sentido. El sentido del filosofar ancestral no es un dato ni punto de partida, es más bien un resultado y punto de llegada. Es por eso que el punto de partida del filosofar es tan antiguo como el hombre, y cambia su abordamiento conforme cambia el hombre.
Mientras tanto el núcleo permanente del filosofar está encerrado en la propia condición humana, y por eso mismo no se trata de una cuestión subjetiva, sino que tiene validez universal. Y porque pertenece a la estructura permanente de la existencia humana el filosofar simbólico no es un fenómeno muerto, que pueda ser fácilmente sustituida por el filosofar conceptual, sino, por el contrario, es un portento imborrable y continuo en la historia misma de la humanidad. Su enfoque ya no tiene la hegemonía mental que tuvo en tiempos inmemoriales, y subsiste como un saber subordinado o perteneciente más a la tradición nativa, teúrgica, teosófica o esotérica, pero tomarla en cuenta es importante y crucial para comprender la relación de la filosofía con la ontología de lo finito, donde el símbolo es la clave de la consideración del hombre como criatura filosófica. Lo vivo del símbolo no es tanto la lógica analógica que emplea, sino la aparente o real falta de lógica que presentan las cuestiones cruciales de lo real y del existir.
Por lo demás, el predominio actual de la forma conceptual de la filosofía sobre su forma simbólica no significa necesariamente un progreso (sobre todo por el caos ecológico, las posibilidades perversas de la tecnociencia y lo destructivo de la racionalidad capitalista), porque puede más bien ser el camino dialéctico para alcanzar una nueva síntesis entre el concepto y el símbolo. Pues así como la filosofía no tiene fronteras en sus géneros literarios (poema, discurso, prosa, diálogo, disertación, tratado, comentario, meditación, questa, Summa, autobiografía, ensayo, sistema, aforismo, novela), tampoco conoce límites para expresar su verdad (desde la inferencia cuasimatemática del análisis lógico, dato inmediato de la reflexión fenomenológica hasta el modo cuasisentimental del pensar simbólico y la exhortación moral) y método (análisis conceptual, lógico, lingüístico, trascendental, fenomenológico, histórico-existencial, hermenéutico, intuitivo, inductivo, directriz, etc.). Igualmente la relación entre filosofía y religión no siempre es antagónica, por el contrario, Platón y Aristóteles son considerados sin problemas como los fundadores de la teología natural, en la filosofía helenístico-romana estuvieron presentes las filosofías religiosas (Filón de Alejandría, neoplatonismo, apologética y patrística), la escolástica medieval, la filosofía del romanticismo, el existencialismo creyente, el personalismo.
Filón de Alejandría
Pero Kant desde el parágrafo 76 de la CJ nos insiste en que las ideas de Razón son regulativas y no constitutivas, son ideas trascendentes sin valor objetivo, y sin embargo son válidas universalmente para el sujeto. El principio subjetivo y regulativo de la razón vale para el juicio humano como si fuera un principio objetivo. De esta forma el fundamento subjetivo del juicio reflexionante permite suponer un Dios inteligente en la base de los fines de la naturaleza. El parágrafo 77 vuelve a subrayar la importancia de Dios o de la inteligencia arquetípica como causal final del mundo. La razón humana necesita pensar en un fin de la naturaleza cuyo fundamento esté en un entendimiento originario como causa del mundo. Pero Kant añade algo crucial: el entendimiento humano es discursivo, necesita de imágenes, pero la idea de un entendimiento arquetípico no tiene nada de contradictorio. Es decir, el filosofar simbólico extrae ideas que por sí mismas no son contradictorias según las reglas de la analogía. Así puede afirmar: tras lo fenoménico es posible poner una intuición intelectual como fundamento suprasensible de la naturaleza y del hombre.
Anselmo de Aosta
El famoso Apéndice de la CJ ilumina aun más sobre las posibilidades del filosofar simbólico. La CJ en su parte teleológica culmina con este Apéndice en que con el mayor énfasis sostiene que se tiene que admitir la existencia de un ser creador moral del mundo, de los fines físicos y los fines morales, todo lo cual expone que la realidad objetiva de la idea de Dios y la inmortalidad del alma tienen realidad objetiva en sentido práctico, no teórico (por eso rechaza la prueba ontológica de Dios, que se remonta a San Anselmo, y la prueba cosmológica de santo Tomás de Aquino). Es decir, Dios tiene realidad objetiva por fe, porque la fe es el modo moral de pensar de la razón. En consecuencia, solo hay prueba moral de la existencia de Dios y así se completa la prueba físico-teleológica de un creador inteligente del mundo. La teología moral conduce a la teleología. Y todo esto significa que solo por analogía Dios es pensable.
Tomás de Aquino
La filosofía simbólica discurre sobre el substrato suprasensible de la humanidad por exposición indirecta de un concepto a través de la analogía. Sus ideas son símbolos para la reflexión con valor objetivo en sentido práctico-moral. No es que la realidad objetiva de la idea de Dios y de la inmortalidad carezca de dimensión ontológica, sino que según Kant, para nuestras capacidades cognoscitivas dicho acceso teórico nos está vedado, y por lo cual nada podemos decir sino tan solo en sentido moral-práctico. La intuición simbólica para Kant accede al substrato suprasensible de lo real solo en sentido práctico, por la fe, y la fe resulta tan ser indispensable que es fundamento moral de la prueba físico-teleológica de un creador inteligente del mundo. En otras palabras, para Kant la metafísica tiene una justificación moral, más no teórica, que se explaya por el pensar intuitivo simbólico del pensar analógico.
Esto explica cómo en el parágrafo 80 vuelve a insistir en la necesidad de suponer una sustancia inteligente propia del Creador divino. Solo suponiendo la sustancia inteligente del creador divino se puede dar cuenta cabalmente de la relación causal. Pero tiene cuidado y aclara que no se trata de la sustancia simple del panteísmo ni del espinosismo. En el parágrafo 81, Kant critica la teoría de la epigénesis de su época porque no explica cómo de lo inanimado puede surgir lo animado. En el 83 ve al hombre como el último fin de la naturaleza, y la cultura es el último fin del hombre, capaz de elevarlo sobre los sentidos, hacia la razón y poner un  fin a la naturaleza. Esto es que la razón tiene fines suprasensibles. Así en parágrafo 84 afirmará que el hombre es el fin final de la creación como ser moral. Solo la teología moral corrige la teología física. Ella conduce al concepto de seres del mundo bajo leyes morales. El fin final de Dios es el hombre bajo leyes morales (parágrafo 86).
Esta profunda verdad ha estado presente en las milenarias tradiciones religiosas y es resultado de la intuición analógica del filosofar simbólico. Pero Kant es más agudo y señala que la teología física por sí sola solo conduce a la demonología o al chamanismo. Y cuando enfrenta la necesidad de la idea de Dios afirma: No es por temor sino por la razón que se piensa la causa suprema como divinidad. Por la exigencia moral de la razón pura práctica es posible representar un legislador moral fuera del mundo. El hombre necesita de una inteligencia moral que le proporcione ser para el fin de su existencia. Pues la ley moral se desploma sin suponer la existencia de un creador moral del mundo. Esto es la prueba moral de la existencia de Dios (parágrafo 87).
Con su probidad característica Kant culminará las ultimas páginas de la CJ sosteniendo: 1. La limitación al uso práctico de nuestras ideas suprasensibles nos evitan caer en la teosofía, demonología, teúrgia e idolatría; 2. La idea de libertad es el único concepto suprasensible que demuestra su realidad objetiva en la naturaleza, amplía la razón más allá de los límites teóricos de la naturaleza y da esperanza en lo suprasensible; 3. Dios es impredicable, por eso no se le puede conocer lo que sea en absoluto teóricamente, solo por analogía es pensable; y 4. Por el fin final que presenta le ética-teológica se demuestra que la ética no puede existir sin teología.
Las disquisiciones kantianas nos permitan sostener que el hombre a través del pensar analógico del filosofar simbólico ha pensado en Dios no por temor sino por la exigencia misma de la razón, y lo ha pensado porque la gran finalidad del mundo obliga a cavilar la causa suprema para ella. Entonces es posible un filosofar simbólico que se plantea el conocimiento de Dios y de lo suprasensible mediante las cualidades de su causalidad, pensadas solo por analogía.
El filosofar simbólico es posible, ¿pero representa una prueba de la existencia de un filosofar mitocrático ancestral? Todos los hombres sin ser filósofos pueden llegar a pensar la idea de un ser suprasensible cavilando por la causa suprema del mundo, pero no todos los hombres se plantean un conocimiento de Dios y de su existencia (teología), pero el hecho es que no se puede hacer teología sin hacer filosofía simbólica. Es decir, el conocimiento de la causa suprema del mundo obliga a pensar que no puede existir sin filosofía simbólica. En consecuencia, la posibilidad del filosofar simbólico demuestra la posibilidad de un filosofar mitocrático ancestral. Así como es necesario tener una teología para la religión, es decir, para el uso moral o práctico, del mismo modo es necesario tener un filosofar simbólico para la teología, es decir, para el uso especulativo y práctico sobre el ser suprasensible.
Efectivamente, el caso es que en el mundo ancestral mística, magia y religión se mezclan, por tanto el conocimiento teológico de aquellos tiempos se presenta como éxtasis chamánico que se repite por miles y miles de años, pero que tiene de elemento transhistórico el filosofar simbólico. Esto es, que en el filosofar mitocrático la filosofía simbólica no es mera especulación teórica, sino ascensión al mundo de lo místico por técnicas alucinógenas, ejercicios somáticos o facultades paranormales. En realidad, y como lo ilustra Mircea Eliade, el filosofar simbólico en el mundo ancestral se ejerce por reclutamiento, transmisión hereditaria, vocación mística y adquisición de poderes chamánicos. Y esto se da así entre los tunguses, manchúes, ostiacos, buriatos, araucanos, siberianos, esquimales, amazónicos, budismo, tantrismo, lamaísmo, etc. De ahí el carácter iniciático y secreto del ancestral filosofar simbólico, caracterizado por la radical separación entre lo profano y lo sagrado que pertenecen a los pueblos llamados “sin historia”.
En este sentido la historia de las religiones presta un gran servicio a la indagación del filosofar simbólico, pero no puede reemplazarlo porque, en última instancia, la filosofía mitocrática busca revelarnos la morfología y la historia de este complejo fenómeno filosófico que está detrás de todos los fenómenos religiosos, y que nos revela quizá la verdadera situación del hombre en el cosmos. En realidad, el estudio del fenómeno del filosofar simbólico nos remite a un núcleo de difícil explicación porque está referido a una situación-límite del hombre.
Por eso cuando los hechos religiosos muestran un eterno retorno a un instante intemporal lo que está detrás es la visión simbólica de la “forma divina”. La admiración por la forma divina y la emoción que la acompaña no es por completo asimilable al hecho religioso, pues exige reflexión simbólica e intuición analógica para elaborar su idea. Y en esto consiste precisamente el modus operandi del filosofar mitocrático.
Pitágoras
Esta aproximación entre la figura del chamán con la del filósofo simbólico nos recuerda a Pitágoras y a Empédocles, personajes cuasi-místicos y taumatúrgicos entre los presocráticos dentro de la filosofía griega. Pero el filosofar simbólico no pertenece solamente al ámbito de la filosofía mitocrática, sino que también está presente en la filosofía logocrática porque es posible en cualquier grado de civilización y situación religiosa. Paracelso, Weigel, Telesio, Agripa, Boheme y Giordano Bruno son especialmente un buen ejemplo de ello.
En cambio el idealismo alemán, con Fichte, Schelling y Hegel, llevó al idealismo moderno a conciliar ciencia y religión, a armonizar el substancialismo cristiano con el mecanicismo materialista y metafísico de las ciencias naturales, pero dentro de un esquema especulativo y predominantemente logocrático. Así es comprensible encontrar en Hegel, el pináculo de la filosofía idealista, un historicismo donde el logicismo se amalgama con el misticismo. Esto permite decir que el filosofar simbólico es inherente a la situación límite de la condición humana. Es más, es posible admitir sin problemas lo afirmado por Heimsoeth (La metafísica moderna), respecto a que la conciencia científica no va unida a la disolución del pensamiento metafísico. Por el contrario, el espíritu antimetafísico positivista de los siglos XVIII-XIX son simples periodos intermedios en medio de la perduración constante de la metafísica en la modernidad. La metafísica sigue siendo la raíz de novedades y descubrimientos más importantes de la vida cultural y es el punto nodal donde confluye lo simbólico con lo conceptual, la milenaria tradición mitocrática y la ática tradición logocrática.
Empédocles de Agrigento
Por tanto es falso que la metafísica esté en disolución y, por eso, la hermenéutica posmoderna del hombre sin absolutos, es en realidad el predominio de la exacerbación de la metafísica subjetiva, donde el ego único ha derivado hacia una nihilista multiplicación de mónadas relativistas con su propia voluntad de verdad. La hermenéutica de la facticidad desde la ontología fundamental de la finitud, es decir que solo toma en cuenta lo inmanente y descarta la dimensión trascendente del hombre, o sea caracterizada por la renuncia al ser y el triunfo del para-mí, por parte de Heidegger, Gadamer, Rorty, Vattimo y compañía, es tan solo un episodio antimetafísico intermedio dentro de la historia misma de la metafísica de la modernidad.
Sigmund Freud 
Por tanto aquellas palabras tan descaminadas, estrechamente positivistas y carentes de perspectiva histórica de Sigmund Freud no tienen futuro: “Probablemente no se imagina Usted cuán lejos me siento de todos estos rodeos de los filósofos. La satisfacción que me procuran es el hecho de no participar en este lamentable despilfarro de la capacidad intelectual. No hay duda de que los filósofos creen contribuir al desarrollo del pensamiento humano, pero detrás de todo esto hay siempre un problema psicológico o incluso psicopatológico”. Al contrario, el propio psicoanálisis sería objeto de duros ataques de conductistas y empiristas, que lo acusaban de hacer presuposiciones metafísicas y con lo cual sería desahuciado de su estatuto científico.
Al parecer el propio genio de Freud no llegó a comprender todo el alcance epistemológico de su teoría psicoanalítica, tan necesitada de presupuestos metafísicos. En cambio en el psicoanálisis jungiano los símbolos y los arquetipos cobran un rol protagónico, y en general todo el psicoanálisis será un esfuerzo de desciframiento de símbolos del inconsciente. Así el psicoanálisis lacaniano (artículo de J. Lacan “Ciencia y Verdad”, incluido en Escritos I) se reconoce abiertamente subjetivo, parte de las lógicas inconsistentes que suprimen la contradicción, no impone, sino escucha y capta la subjetividad, no ocupa el lugar de Dios, no es ciencia ni lo no es. Con lo cual la metafísica se vuelve a mostrar fecunda para el propio desarrollo de la ciencia.
Consideraciones epistemológicas y filosófico-religiosas están relacionadas con el auge logrado en los últimos tiempos por el símbolo, hasta el punto de ser vista como la nueva clave de la filosofía.
Del símbolo se han hecho dos tipos de usos: el epistemológico y el filosófico religioso. En el epistemológico el símbolo es el modo como se expresa una realidad a través de notaciones conceptuales, lingüísticas o significativas, que no corresponden a un universo inteligible y substante. Así, el símbolo es una notación útil (criticismo regulativo, operacionalismo, pragmatismo, fenomenismo). En el filosófico-religioso el símbolo es considerado como algo que expresa una realidad inaccesible teóricamente (Schleiermacher, Sabatier, Le Roy, Klages).
Sussane K. Langer
La autora S. K. Langer consideró en su libro Philosophy in a New Key, que la concepción de los datos de los sentidos como símbolos y la manipulación simbólica lógico-matemática de lo real, ha permitido que el conocimiento humano se presente como una estructura de hechos que son símbolos y de leyes que son sus significaciones. Así, lo propio del hombre sería su notable poder de simbolización, que empezaría con la palabra y concluiría con una simbolización general en todos los órdenes para tratar con lo real.
Ernst Cassirer
Ya Cassirer en su teoría del hombre como animal symbolicum había sentado las bases de esta interpretación, pues el concepto de símbolo permite abarcar la totalidad de los fenómenos en los cuales se presenta un cumplimiento significativo de lo sensible, donde lo sensible se manifiesta como encarnación de lo sentido (Filosofía de las formas simbólicas).
Sin embargo, para Cassirer el símbolo tiene valor metodológico-cognoscitivo más no ontológico, esto es, que no describe las cosas como son sino que es un instrumento del conocimiento, una convención apriórica. En buena cuenta esto lleva hacia un solipsismo cultural, pues el hombre no trata con la realidad sino con sus símbolos. Al reconocerle solo la función de objetivar pero no de intuir ideas y esencias, lo que hace es encerrar al animal simbólico en sus propias abstracciones. Su mérito estriba en reivindicar junto a la definición clásica del hombre como “animal racional”, la nueva definición de “animal simbólico”. El hombre es superior a las demás especies por su espacio simbólico, pero el símbolo humano no solo es ideal y relacional-abstracto, sino que son ideas intuitivas que exponen indirectamente un concepto por medio de la analogía.
Es decir, dentro de todas las abstracciones humanas el símbolo es lo más cercano al ser que al conocer, a la existencia que a la esencia. El símbolo es el testimonio más cercano que el conocer no es la causa del ser y que se trata más bien de lo contrario, a saber, que el Ser se antepone al conocer, lo ontológico a lo epistemológico y asume como evidencia primera que las cosas son, se basa en el objeto y la certeza sensible. El símbolo, junto a las emociones, es lo más próximo al realismo, porque intuye que el ser es lo previo e indemostrable a la razón y que el ser no se encuentra en el pensamiento. En el símbolo se reconoce que el ser sobrepasa al pensar, que éste es falible y auto corregible y permite postular desde la existencia de las cosas a un ser supremo, que está más allá de lo temporal, es creador y eterno. En una palabra. El símbolo ayuda al hombre de todas las edades a escapar del cientismo, escepticismo, la increencia y el nihilismo, a superar la metafísica inmanente del hombre posmoderno y dar fundamento concreto a la metafísica trascendente. Pero obviamente el símbolo no lo es todo y el concepto, su contrapartida, es también indispensable.
El pensamiento simbólico es lo que está detrás de la explicación mítica, metafísica y pragmática. Pues, la generalización simbólica de la ciencia con su manipulación lógica y matemática posee funciones metafóricas, porque no vemos en absoluto electrones, corrientes eléctricas, los campos, los bosones y la partícula de Higgs, sino más bien mediciones de entidades inobservables que para su comprensión exige la metáfora de hacer corresponder a la teoría física la existencia ontológica de dicha entidad. En otras palabras la generalización simbólica de la ciencia nos lleva de manera ineliminable hacia la metáfora. Por tanto, la ciencia exige en su análisis e interpretación un modelo heurístico que hace uso de la metáfora para poder dar cuenta del modelo ontológico. Es más, sin el uso metafórico que implica la generalización simbólica no hay posibilidad de manipulación instrumental y aplicativa de la ciencia. En otras palabras, la interpretación comienza donde acaba la percepción. Ser no es percipi.
Pero el pensamiento simbólico contiene en su parte medular una filosofía simbólica, como aquella que lleva al pensar concreto no a cualquier pensar abstracto, sino al pensar abstracto por excelencia, como es el pensar lo divino por analogía. En el pensar concreto las reglas de la analogía sirven para su potenciación máxima, pero en el pensar lo divino las reglas de la analogía demuestran su limitación. Es casi como decir que el hombre es por excelencia un animal analógico antes que simbólico, porque mediante la analogía lleva lo abstracto hacia una visión más amplia del mundo. Pero lo analógico como carácter esencial del símbolo primario muestra una dinámica creadora de índole estética, lo cual es casi como afirmar que el hombre es una criatura estética porque estructura el universo mediante formas. Esto hace del acto estético el acto primario del universo cultural humano, explayación de lo puramente intuitivo, y la primera expresión de lo universal y espiritual o de la subjetividad universal.
Charles Kay Ogden 
La analogía es correlación entre órdenes diversos. La relación entre lógica y realidad no es una relación entre cosas sino entre órdenes distintos de la realidad, relación que puede ser reproductivo, analógico o simbólico. Pero en el carácter esencial del símbolo primario no solo reluce la unidad oscilante entre lo intuitivo y lo formal, como señalan Ogden y Richards en El significado del significado y Wilbur M. Urban en Lenguaje y realidad, sino la pulsión estética del libre juego de las facultades representativas humanas. Por lo tanto, el símbolo no solo es la coincidencia entre el objeto intuíble y la representación simbólica, o la analogía entis tan bien desarrollada durante la escolástica, sino que contiene a la vez el principio estético de un ente racional cuya dinámica creadora encuentra su principal resorte en la analogía y la simbolización metafórica.
Wilbur M. Urban
Habría entonces una prehistoria de la analogía del ente antes que Aristóteles la sistematizara en el campo ontológico y que culminara con la analogía de la proporcionalidad en el tomismo. Pero la noción analógica del ser, que como problema capital entre el Creador y los entes creados aspira ser resuelta por la teología escolástica, es en realidad herencia remota de la dialéctica del filosofar simbólico. No obstante, tal herencia es interrumpida durante la filosofía moderna para referirse a la analogía en términos metafóricos, nada metafísicos y sustancialistas, sobretodo en las tendencias fenomenalistas y funcionalistas. Pero como hemos visto la metafísica no solo perdura durante la modernidad, sino que los ataques contra ella son fases intermedias de su propio avance.
Entonces, y para concluir —en un asunto tan inconcluso—, volvemos a la pregunta del inicio: ¿es posible la filosofía simbólica como filosofar arcaico y precursor del filosofar logocrático? Como acto primario del libre juego de las facultades creadoras de la representación humana todo indica que es posible.

Currículo de Gustavo Flores Quelopana en:



Nuevos currículos
ADÁN ECHEVERRÍA

Mérida (Yucatán), México (1975). Narrador y poeta. Integra el Centro Yucateco de Escritores.
Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos (2007). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006).
Ha publicado en poesía El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008), Tremévolo (2009) y La confusión creciente de la alcantarilla (2011); el libro de cuentos Fuga de memorias (2006), y las novelas Arena (2009) y Seremos tumba (2011).
Aparte de su actividad literaria, es biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY).



AGUSTÍN ROMANO

(San Fernando, Provincia de Buenos Aires, 1940). Reside en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Ensayista, narrador, estudioso del teatro, profesor en Filosofía y conferencista. Investigador de la obra borgeana, docente filosófico y literario.
Ha sido jurado junto a María Rosa Lojo y Marta Braier del Primer Certamen Nacional de Novela “Municipalidad de General San Martín”.
Ha dictado cursos sobre Borges y Cortázar en la Asociación de Magistrados de la Nación y conferencias y seminarios en el Palacio Municipal de San Martín, el Museo Rosas y la Casa Universitaria de General San Martín, entre otros. Ha dirijo seminarios en la Asociación Mutual de Profesionales del Hospital Italiano (AMPHI) durante varios años y colaborado en su revista.
En el año einsteniano (2005) disertó como panelista en la Universidad Nacional de San Martín. Y ha dado diversas conferencias en la Asociación Dante Alighieri de San Martín y en la Asociación Amici della Cultura Italiana de Vicente López, ambas de la Provincia de Buenos Aires, entre otras.
En colaboración, fue coordinador del Taller Literario Abierto SESAM y presidente de esa institución de escritores, así como director de su revista. Durante varios años, condujo programas culturales en emisoras de San Martín y la Ciudad de Buenos Aires (FM Cultura y AM Tradición).
Ha publicado “La letra que faltaba” en la revista Para entender a Borges. Otros ensayos que se fusionan con la ficción han sido publicados en Dialogantes (revista de psicoanálisis): “Confesiones de un lector de Borges”; “Una rosa es igual a otra rosa, a otra rosa, a otra rosa...”; “La patria kafkiana”; “El tiempo cero, algo de historia y un poco de Joyce”. Por otra parte ha publicado ensayos en diversas revistas como la de la AMPHI, Realidades y Ficciones, etc. Tiene inédita una novela.


REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 26 — Septiembre de 2016 — Año VII
ISSN 2250-4281
Exp. 5259276 del 21/10/2015, Dirección Nacional del Derecho de Autor / República Argentina.

Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/ - Suplemento Nº 56)



Colaboradores


Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 13)


Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
 @mon_villarreal
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17)





Luis Benítez (poesía)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com.ar/2015/03/suplemento-64-realidades-y-ficciones-en.html - Suplemento Nº 64)

Agustín Romano (ensayo)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 26)

Anna Rossell
Barcelona (Cataluña), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 11)

Tomás Stefanovics
Montevideo, Uruguay / Münich, Alemania
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 7)

Gustavo Flores Quelopana
Lima, Perú
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 8)

María Isabel Amor Illanes
Las Condes (Santiago), Chile
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 9)

Liliana Lapadula
San Martín (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 9)

Agustín Arosteguy
Balcarce (Pcia. Buenos Aires), Argentina / Bilbao (País Vasco), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 10)

Francisco Angulo Lafuente
Madrid, España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 10)

Felipe Acuña Lang
Santiago, Chile
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 11)

María del Carmen Castañeda Hernández
Tijuana (Baja California), México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 12)

Santiago Sevilla Vallejo
Madrid, España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 12)

Lidia Morales Benito
Salamanca (Castilla y León), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 13)

Patricia Eguiguren E.
Quito, Ecuador
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 14)

María Amelia Díaz
Castelar (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 15)

Vivina Perla Salvetti
Porlamar (Isla de Margarita, Nueva Esparta), Venezuela / Villa Ballester (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 15)

Reneé Acosta
Chihuahua (Chihuahua), México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Marcos Rodrigo Ramos
Moreno (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Pablo Cassi
San Felipe (V Región), Chile
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Daniel Abelenda
Carmelo (Colonia), Uruguay
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Lucero Balcázar
México D.F., México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Asmara Gay
México D.F., México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 17)

Cristian Emanuel Vitale
La Plata (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 17)

Peter Tase
Berat (Albania) / Milwaukee (Wisconsin), Estados Unidos
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 17)

Josep Anton Soldevila
Barcelona (Cataluña), España
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Goya Gutiérrez Lanero
Castelldefells (Barcelona, Cataluña), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

Alberto Ramponelli
Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

Miguel Ángel Galindo Núñez
Guanajuato (Guanajuato), México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

Leo Castillo
Barranquilla (Atlántico), Colombia
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María Eugenia Caseiro
La Habana, Cuba / Miami (Florida), Estados Unidos
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 19)

Jorge Aloy
Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 19)

Fernando Sorrentino
Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 20)

Fernando Chelle Pujolar
Mercedes, Uruguay / Cúcuta (Norte de Santander), Colombia
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 20)

José Francisco Sastre García
Valladolid (Castilla y León), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 20)

Joaquín Pi Yagüe
Madrid, España
 @jjoapi
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 21)

Pablo Andrés Villegas Giraldo
Caldas (Antioquia), Colombia
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Enrique Jaramillo Levi
Panamá, Panamá
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Ángel Gavidia Ruiz
Trujillo, Perú
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 22)

Estela Barrenechea
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 23)

Alberto Julián Pérez
Rosario (Pcia. Santa Fe), Argentina / Lubbock (Texas), Estados Unidos
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 23)

Maximiliano Reimondi
Mar del Plata (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 23)

Livia Díaz
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Pablo Romero García
Montevideo, Uruguay
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 25)

José Antonio Cedrón
Buenos Aires, Argentina / Cuernavaca, México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 25)

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(currículo en Realidades y Ficciones Nº 26)


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"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm