lunes, 2 de marzo de 2015


REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 20 — Marzo de 2015 — Año VI
ISSN 2250-4281
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Solón de Atenas”
Mónica Villarreal (2015)
(Acrílico y tinta sobre papel, 23 cm x 30 cm)
Serie “Poetas Clásicos Griegos”

Sumario:

Ensayo
• “¿Huevo de cristal o ramito de romero? El Aleph antes del Aleph” (Fernando Sorrentino). 

Poesía
“La muerte tiene los días contados”, nuevo poemario de Mario Meléndez (Luis Benítez).

Narrativa
• Arthur Schnitzler, exponente de la literatura vanguardista de fin de siècle jung-wien”. Reseña (Anna Rossell).
• “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga. Cuento y análisis (Fernando Chelle Pujolar).
• Robert E. Howard, un acercamiento a su obra (José Francisco Sastre García).

Y algo más…
• La ciudad como cárcel – Parte II (Felipe Acuña Lang).

Nuevos colaboradores de Realidades y Ficciones (currículos):
• Fernando Sorrentino, Ciudad de Buenos Aires, Argentina
• Fernando Chelle Pujolar, Mercedes, Uruguay / Cúcuta (Norte de Santander), Colombia
José Francisco Sastre García, Valladolid (Castilla y León), España



Ensayo

¿HUEVO DE CRISTAL O RAMITO DE ROMERO?
EL ALEPH ANTES DEL ALEPH
Fernando Sorrentino ©

En “El Zahir” y “El Aleph” creo notar algún influjo
del cuento “The Crystal Egg” (1899) de Wells.
Borges, “Epílogo”, El Aleph (1949).

1. En el otoño sudamericano del año 2011…

En el otoño sudamericano del año 2011 comencé la muy agradable tarea de compilar un conjunto de cuentos argentinos 1 de, digamos, “anteayer”. El relato más antiguo es —como no podía ser de otra manera— “El matadero”, de Esteban Echeverría (1805-1851), que se supone compuesto entre 1838 y 1840, y publicado por vez primera en 1871 en la Revista del Río de la Plata (Buenos Aires, I, 4); el más moderno, “El resorte secreto”, de Roberto Arlt (1900-1942), que apareció en el número de la revista El Hogar (Buenos Aires) correspondiente al 3 de septiembre de 1937. Año más o menos, podemos decir que, entre el trabajo de Echeverría y el de Arlt, corrió un siglo.
Esta labor compartió más las características del anticuario que las del crítico, pues, si bien algunos autores (por ejemplo, Horacio Quiroga o Leopoldo Lugones) eran fácilmente hallables en ediciones del circuito comercial, otros (por ejemplo, Carlos Monsalve o Santiago Estrada) resultaban prácticamente inconseguibles.
Entre los narradores en esta última situación figuraba también Eduarda Mansilla de García 2, cuya existencia me era más conocida que sus obras. El hecho es que, con la absoluta convicción de estar cumpliendo un acto de justicia exhumatoria, incluí en el volumen su cuento “El ramito de romero”. Mentiría si afirmase que el relato me produjo la única sensación que busco en la literatura: el placer. Más bien me pareció desordenado, evanescente, ramificado, abstracto, impreciso…
Eduarda Mansilla
Pero, llevado de la escrupulosidad exigible a un editor de textos ajenos, lo cuidé, según mi costumbre, con obsesivo afán. En un momento dado, un extenso pasaje provocó en mí un sobresalto que iba más allá de las meras cuestiones semánticas y/u ortotipográficas.
Escribió Eduarda:

Cambió la escena. Comencé a ver desarrollarse, poco a poco, algo como una inmensa tela transparente, que no acababa nunca, cubierta, según me pareció al principio, de jeroglíficos extraños, de colores vistosos los unos y sombríos los otros. A medida que la tela se extendía, cubriendo una superficie que mi vista, en su estado natural, no hubiera podido jamás abarcar, iba comprendiendo el significado misterioso de aquellos dibujos informes, torcidos, en caprichoso laberinto. Así como aprendemos la geografía del globo terrestre en mapas que nos enseñan a medir y darnos cuenta de la forma exacta del espacio de tierra y agua que contiene el mundo conocido, comprendí que tenía delante de mis ojos una carta pragmatográfica de los hechos en el tiempo y que, gracias al estado de permeabilidad en que me hallaba, me revelaba la existencia de los acontecimientos en el tiempo, que existen sin que nadie lo sospeche, tales cuales en el espacio, los continentes y los mares antes de ser conocidos por aquellos que ignoran la geografía.
Desde la marcha de los imperios más poderosos hasta la del más oscuro individuo, todo estaba allí indicado sin pasado ni presente, diferencias puramente humanas.

“¡Diablo”, no pude no decirme, “¿dónde he leído, y muchas veces, algo muy parecido?”. Y, para que no me quedaran dudas, los siguientes párrafos de la autora decían lo siguiente:

Como en los atlas de Lesage, veíase allí de un modo sincrónico el camino de la humanidad en espirales ascendentes, obedeciendo a leyes tan inmutables, como lo son las de atracción y gravitación en el mundo físico, retrocediendo en apariencia durante siglos, pero avanzando siempre. Vi la ley del progreso humano, reducida a ecuación algebraica. Vi el surco que dejaron tras de sí los pueblos esclavos, desde el origen del mundo conocido, marchando cual rebaño de ovejas al matadero sin murmurar ni esperar. Vi el despotismo, triunfante un día, convertirse luego, bajo otra forma, en otro despotismo. Vi las santas aspiraciones de los creyentes naufragar en mares de sangre y lágrimas. Vi aparecer la era de la fraternidad y la igualdad; pero vi también esa fraternidad, esa igualdad, combatidas, sofocadas por aquellos mismos a quienes incumbía la misión de redimir. Vi a los enviados de paz y humildad pactar con los soberbios poderosos, para oprimir al desvalido y quitarle hasta la esperanza, invocando una doctrina santa. Vi la incredulidad y el ateísmo triunfantes olvidarlo todo, para no acariciar otra idea, otra esperanza, que el amor al dinero. Vi la destrucción de la familia, tal cual hoy la conocemos. Vi surgir nuevas leyes, nuevos derechos, y, como el tiempo no existía para mí, vi la llegada triunfante de la humanidad a una zona luminosa y armónica, y la visión cambió.
Una llama atornasolada, seguida de muchas otras que, como fuegos fatuos, subían y se agitaban en una atmósfera cargada de electricidad, me hizo fijar la vista en un punto lejano y vago, que parecía alejarse a medida que las llamas se multiplicaban. Poco a poco creció aquel punto, tornándose luminoso y esférico, hasta convertirse en un globo colosal y transparente, del cual filtraba una luz semejante a la del sol que alumbra nuestro planeta. Las llamas se encendían y se apagaban alternativamente, y a veces crecían hasta tocar el globo luminoso, que, oscilante, se mecía airoso en el éter, pintándose, en sus paredes tersas y transparentes como las de una gigantesca farola chinesca, imágenes varias de sobrehumana belleza.

Entonces cumplí con lo que me ordenaban los evidentes indicios. Redacté la siguiente “Apostilla”, cuyo texto es el siguiente:

VI LA LEY DEL PROGRESO HUMANO. La extensa enumeración que aquí empieza tiene curiosa similitud con la que, muchos años más tarde, Borges comenzaría de este modo: “Vi el populoso mar” (“El Aleph”). 3

Y, en efecto, veamos completo el texto de Borges:
Jorge Luis Borges

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

2. En febrero del año 2013…

En febrero del año 2013 me disponía a escribir este mismo artículo con la intención de señalar la coincidencia existente entre la enumeración de “El ramito de romero” y la de “El Aleph”.
En busca de mayor información sobre la autora del primero, recurrí a la rápida búsqueda que suele facilitar Internet. La conjunción de tino y azar me condujo a visitar un libro cuya edición moderna yo ignoraba:

MANSILLA DE GARCÍA, Eduarda, Pablo o la vida en las pampas, Buenos Aires, Colihue / Biblioteca Nacional, 2007, 306 págs.

El “Estudio preliminar” pertenece a María Gabriela Mizraje. La lectura de ese trabajo me obliga a confesar que mi “hallazgo” del año 2012 ya lo había obtenido, unos cuantos años antes, María Gabriela Mizraje. Por la índole de mi tarea de antólogo (Eduarda Mansilla era una autora más entre treinta y tres), sólo advertí y consigné la similitud con el texto de Borges expuesta en la “Apostilla”.
Pero María Gabriela señaló, con perspicacia, otros puntos de contacto entre ambos textos. Y, como el mérito es de ella, y no mío, paso a reproducir los pasajes pertinentes.
Ella dice que “El Aleph”

parece dialogar, dentro de la tradición argentina, con “El ramito de romero” de Eduarda Mansilla.

Y, a continuación, aporta las semejanzas:

Una historia de amor entre primos en Buenos Aires, la otra en París, la influencia de Hamlet y Leviathan en “El Aleph”, la de Dante en el relato de Eduarda, pero los italianos en “El Aleph” y los normandos en “El ramito”; la plaza Constitución en lugar del café Procope, mientras lo que se marca es que la calle sigue su flujo a pesar de la vicisitud del narrador. Abril y vísperas de Semana Santa (más exactamente un 30 de abril y un Domingo de Ramos), con los que las fechas quieren puntualizarse. Un Carlos, en “El ramito de romero”, a quien se dirige Raimundo, enamorado de su prima; otro Carlos, en “El Aleph”, primo de Beatriz —Dante mediante— a cuyo encuentro se dirige el narrador, ambos enamorados de esa mujer. En “El ramito” el cuadro se completa con la madre de ella, en “El Aleph, con el padre. 4 En los dos relatos lo primero que va a destacarse de la mujer, además de su belleza y su fragilidad, 5 son sus manos. 6
Una prima que ya no vive y una prima viva, un cuento con final feliz y otro en el que se constata la desdicha. La ciudad, afuera con su vida; adentro, una casa y una Escuela de Medicina. Dentro de la casa, un sótano, dentro de la escuela, una sala de profesores, ambos espacios compartidos con otro hombre, ambos a oscuras. La oscuridad opera como soporte necesario de la visión extraña. Y ambos, vinculados a una mujer muerta, primero idealizada, mas tarde percibida como impura.
En un caso, penetrar al lugar de la revelación se precede por consumo de tabaco; en el otro, por consumo de alcohol (el cognac de “El Aleph”); hay preparación y hay riesgo, exasperación de los sentidos y fronteras lindantes con el sueño o la pérdida de conocimiento.

Hasta aquí María Gabriela Mizraje. Considero certera e incontrovertible su entera exposición.
Su conclusión también puede ser la mía:

Toda la idea del relato dedicado a Estela Canto [“El Aleph”] ya está allí condensada. La maestría de Borges, quien sin duda alguna leyó este relato de Eduarda (aunque acaso lo olvidó), la despliega.

En el “Epílogo” de El Aleph Borges declara: “En ‘El Zahir’ y ‘El Aleph’ creo notar algún influjo del cuento ‘The Crystal Egg’ (1899) de Wells”. Pero nada dice de “El ramito de romero”.
Ahora bien, en muchísimas ocasiones leí y releí “El Aleph”, acompañado siempre de la sensación de perplejidad que me producen las que me atrevo a llamar obras maestras de la literatura. Una sola vez (y por motivos, digamos, “profesionales”, y con cierta indulgencia culpable) leí “El ramito de romero”, sin sospechar que la ficción que el prodigioso Borges redactó hacia 1945 algo tenía de espejo de cierta imaginación de una autora muy menor del siglo XIX.

Martínez (Pcia. Buenos Aires), 26 de febrero de 2013
(Dirección Nacional del Derecho de Autor, registro Nº 5033447)


1 Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt. Buenos Aires, Losada, 2012, 408 págs.
2 Eduarda nació en Buenos Aires el 11 de diciembre de 1834 (aunque también se barajan otras fechas: 1832, 1835, 1838) y falleció en la misma ciudad el 20 de diciembre de 1892. Casada con el diplomático y abogado Manuel Rafael García Aguirre, se la conoció como Eduarda Mansilla de García. Sus obras tuvieron muchísimo menos difusión que las de su hermano Lucio Victorio (1831-1913). El médico de San Luis y Lucía Miranda (novelas, 1860) fueron sus primeros libros. Debido a la actividad diplomática de su marido, residió varios años en Estados Unidos y en Europa. En París publicó una novela en francés: Pablo ou la vie dans les pampas (1869), que más tarde se tradujo al español. Hay acuerdo en que fue la primera autora argentina de relatos para niños: Cuentos (1880). Escribió, asimismo, algunas obras teatrales: La marquesa de Altamira, El testamento. El libro Creaciones (1883) contiene siete piezas: una comedia, “Similia similibus” (“Proverbio en un acto”) y seis relatos: “El ramito de romero”, “Dos cuerpos para un alma, “La loca”, “Kate”, Sombras” y “Beppa”.
3 Ficcionario, pág. 89.
4 BORGES: “Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños [el de Beatriz Viterbo]; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre […]”. Según se desprende del texto, la primera visita de “Borges” tuvo lugar el 30 de abril de 1929. Y, desde entonces, ya no se menciona al padre de Beatriz y la acción se centra en “las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri”, cuya culminación se produce en el núcleo del relato, que ocurre nada menos que doce años más tarde: el 30 de abril de 1941.
5 MANSILLA: “[…] di en pensar en mi prima Luisa, a quien había visto esa misma tarde. Tú no conoces a mi prima; imagina un cuerpo diminuto, con movimientos inquietos, que recuerdan los de la ardilla; pon sobre un cuello blanco, muy blanco y que creo suavísimo, una cabecita coronada de rizos rubios; evoca una fisonomía en la cual campean alternativamente la dulzura y la malicia […]”. BORGES: “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis”.
6 MANSILLA: “una manecita preciosa, que siempre despierta en mí el antojo de chuparla como alfeñique”. BORGES: “[Carlos Argentino] Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas”.



Poesía

“LA MUERTE TIENE LOS DÍAS CONTADOS”
NUEVO POEMARIO DE MARIO MELÉNDEZ
Luis Benítez ©

Vastamente reconocido por el público lector y la crítica especializada, el poeta chileno Mario Meléndez fue hace tiempo consagrado como una de las mejores voces actuales de la poesía latinoamericana. Su trayectoria —pese a su todavía presente juventud— abarca un nutrido arsenal de títulos que ratifican por derecho propio lo señalado en el párrafo anterior. Es un nuevo acierto de la editorial Buenos Aires Poetry (ISBN 978-950-43-2837-7, Colección Pippa Passes, noviembre 2014, Buenos Aires, Argentina) incluir una de sus mejores obras, “La muerte tiene los días contados” en su catálogo, brindando así la primera edición argentina de uno de sus poemarios, cuando ya han tenido cabida en prestigiosos sellos de Latinoamérica y Europa, y en esta última, en magistrales traducciones a lenguas extranjeras.
No en vano “La muerte tiene los días contados” ha recibido el elogio de diversos y destacados autores, entre ellos el gran Nicanor Parra, quien a lo largo de su siglo de vida ha leído y escuchado una vasta gama de trabajos poéticos, pero quien ante la obra de Meléndez no dudó en manifestar, en su momento: “¡Caramba! Hace tiempo que no leía un texto que se sostuviera por sí solo”, expresión que habla a las claras del impacto que espera al lector al recorrer la páginas siguientes.
Mario Meléndez
¿Qué sostiene erguido a este poemario de Mario Meléndez, tal como lo declara el máximo poeta chileno viviente, el autor de los famosos “Poemas y Antipoemas”? ¿Qué hará que siga de pie, según pase el tiempo, según será fácil de advertir ya desde la primera lectura?
Las razones son varias y entre las fundamentales, revista la innegable calidad de los trabajos que aglutina el autor bajo este título: se trata de una obra de impecable unidad estilística, una que ha sabido reunir en una voz inconfundible y ya propia de Meléndez las decantadas influencias de autores latinoamericanos, estadounidenses y europeos, actuando como una original síntesis de esa polifonía. El manejo maestro de los recursos literarios que exhibe el autor le permite trasmitir a la sensibilidad y al intelecto del lector, simultáneamente, el sentimiento y la idea, la emoción y el concepto, con una innegable capacidad por parte de Meléndez para encontrar la expresión justa y ubicarla sabiamente en el contexto, reforzando su intensidad particular al tiempo que potencia lo general del poema. Repetido este logro a todo lo largo de la obra, el conjunto posee una fuerza expresiva que se destaca por sí misma y, curiosamente, aparece como uniformemente distribuida en todo el continuo del poemario. Señalable característica, pues no es habitual que un poemario de cierta extensión, como el que nos ocupa, acuse tan marcado equilibrio escritural. Se trata de una poética sin altibajos —los esperables incluso en autores de todavía más dilatada trayectoria y tiempo en el oficio que Meléndez y notoriamente consagrados— que sorprenderá, también por esta peculiaridad, a quienes se aventuren en sus páginas.
Asimismo, creo que éste es el momento adecuado para hacer una salvedad: como bien sabemos, nadie puede definir cuál es, ni siquiera en donde estriba, el innegable valor de una obra de arte poética. Es algo que se halla difuminado, esparcido por todo el conjunto, siendo inapresable para la palabra crítica. Podemos decir que “El cementerio marino”, de Paul Valéry, por ejemplo, es una obra maravillosa, pero al momento de pedírsenos que explicitemos en dónde radica su extraordinaria cualidad, nos será prácticamente imposible aislarla y someterla a examen. Invariablemente, la mayor parte de esa “razón de ser” poética de la citada obra se nos escapará y cuanto dejemos sobre el papel respecto de ella parecerá empalidecido, apenas referente, mero esbozo, ante la plena luminosidad de la obra a la que intenta vanamente describir o, siquiera, aludir. De modo semejante, ante lo alcanzado por Mario Meléndez en su sombría, riente, sarcástica, escalofriante, chispeante e “irreverente” (esto último, solamente para algunos y algunas) obra presente, se quiebra el lápiz y se atora el dedo en el teclado a la hora de particularizar sobre sus logros. Debo pedir disculpas por las torpezas de mi sola autoría que siguen a esta necesaria aclaración, al referirme a algunos aspectos de “La muerte tiene los días contados”.
Pero voy a intentarlo como mejor yo pueda.
En principio, señalemos que toda ironía en el fondo —y aun por delante— conlleva una mirada piadosa dirigida en espejo a aquello sobre lo que se ironiza. Que la ironía que destila —entre otros aspectos— esta obra de Meléndez, tenga por objeto la más impiadosa de las entidades, la mismísima señora de la guadaña, habla a las claras del punto de partida original que ha elegido el poeta para su trabajo, donde el hombre, que es el único animal que sabe que se va a morir, se dirige a la muerte a escala de la historia pasada y la más reciente, despojándola de su aura fúnebre a medias, para “humanizarla” a un grado tal que, por momentos, hasta la misma muerte nos despertará una sospechosa “condolencia” —no hay término más apropiado, dado el objeto— respecto de su suerte. Aquí, sin embargo, se evidencia el sentido del sentimiento despertado en espejo: quizá no nos condolemos de la suerte de la muerte, sino de la nuestra propia, proyectados en su temible figura. La muerte interlocutora de Meléndez, la fijada por Meléndez, no es solamente la alegórica entidad ni el hecho irreversible y biológico que a todos nos acecha seguro de su ineluctabilidad: es otro disfraz del hombre, quien debe aludir y eludir para hablar de aquello que lo toca hondamente.
El volumen se halla dividido en nueve secciones: “La vida privada de la muerte”; “La muerte lloró a los pies de Jesús”; “La muerte tiene los días contados”; “Los heterónimos de la muerte”; “Los personajes de la muerte”; “La muerte lleva una camisa de fuerza”; “Postales del más allá”; “Historias de la vida irreal” y “La muerte, todavía”. La presente edición argentina es una versión corregida y aumentada por el autor, respecto de la inmediatamente anterior, aparecida en Rímini, Italia, bajo el sello de Raffaelli Editore, en 2014, bajo el título “La morte ha i giorni contati” (edición bilingüe, italiano y español), en traducción de Alba Metaponte y prologada por el destacado poeta chileno Francisco Véjar. En efecto: la sección “Historias de la vida irreal” es incorporada recién en esta edición argentina, constando de los poemas titulados: “El cadáver de nadie”; “Historias de la vida irreal 1”; “Historias de la vida irreal 2”; “Tango feroz” y “Por tu propio bien”, cuando este último poema integraba, en la edición italiana, la sección final, “La morte, tuttavia”. Asimismo, en la sección “Los heterónimos de la muerte”, la edición italiana incluye el poema “La morte parlò in privato con Dio”, descartado por el autor en esta edición. En la sección “Postales del más allá” de esta edición de Buenos Aires Poetry falta el poema “Bonsai”, incluido en la de Raffaelli Editore.
La obra de Meléndez, lejos de cristalizarse, se encuentra siempre en una permanente metamorfosis y un proceso de cambio, al estilo de aquel óleo de Pablo Picasso que el célebre pintor encontró en un museo privado, años después de haberse desprendido de él, y que allí mismo retocó a su parecer, mostrando cómo, más allá de las fijaciones establecidas por la cultura, la obra sigue siendo de la sola propiedad de su creador.
Desde luego que lo anterior no agota de modo alguno cuanto puede decirse sobre el presente volumen, habida cuenta de lo antes señalado respecto de lo intangible e irreductible de la obra de arte, pero supongo que puede servir como un mediano antecedente para quien desee adentrarse en una de las obras más interesantes que ha dado la nueva poesía de nuestra América. En definitiva, “La muerte tiene los días contados”, en todas sus versiones, es una pieza ineludible en el anaquel destinado al género.


ASI ESCRIBE MARIO MELÉNDEZ:

TRES KILOS PESÓ LA MUERTE
Mario Meléndez ©

Cuando nació la muerte
nadie quiso tomarla en brazos
era tan fea como las gordas de Botero

No durará mucho
dijo la madre al salir del parto
tan resignada y ausente
como una piedra en medio del temporal

Pero la muerte traía en los ojos
una luz endiablada
un dulce escalofrío de eternidad

Se equivocaron los médicos
y la matrona
y aquél que pasó la noche
llamando a la funeraria

Ahora es un bebé robusto
comentan las enfermeras
y a veces hasta Dios le cambia de pañales


AUTORRETRATO DE LA MUERTE
Mario Meléndez ©

Qué puedo agregar de mí
que no se haya dicho o escrito
o publicado por esa manga de reporteros
parados noche y día en las afueras del cementerio
subidos en las cruces
escondidos en los nichos vacíos
atrincherados en la fosa común con sus cámaras hambrientas
para ver si me atrapan en algo poco digno
o consiguen una instantánea de mi esbelta anatomía
o se llevan la exclusiva de mi rostro al despertar
saliendo de ese féretro que parece congelador
o tomando el sol en traje de Eva
recostada sobre la tumba de mi madre
Qué puedo agregar de mí
que los gusanos no aclararan en su momento
que Chagall no tuviera en mente
mientras colgaba detrás de su tela
o esas moscas que acompañaban los restos de Baudelaire
no hayan hablado en la sobremesa
o el fantasma de Vallejo no haya previsto
en esa noche de aguacero
Qué puedo agregar de mí
salvo que he sido feliz en los campos de batalla
aconsejando a los suicidas
mientras se miran al espejo por última vez
visitando a los enfermos terminales
tomando la palabra en el entierro de Cervantes
cargando el ataúd de Miguel Ángel o John Lennon
probándome el pijama de Mandela
Qué puedo agregar de mí
si cada letra de mi loca biografía
la escribirán ustedes tarde o temprano


LA MUERTE HABLÓ CON BENEDETTI
17 de mayo de 2009
Mario Meléndez ©

Ya es hora, le dijo
sabes muy bien como es la cosa
no me hagas perder el tiempo
y empieza a caminar hacia esa puerta
lentamente, donde mis ojos te vean
Olvida tus zapatos, tu voz, tu dentadura
y déjate llevar, disfruta de este viaje
ponte cómodo, verás que tengo razón
y te acostumbras a tu nueva identidad de muerto
donde no podrás escribir, es verdad
no podrás contarle a los amigos
que tu sombra crece hasta el infinito
que la noche se colgó de una estrella
y su cuerpo sigue tibio en la morgue de los sueños
Pero sabrás de antemano, eso sí
por qué la vida se cortó las venas este domingo


LA MUERTE HABLÓ CON VAN GOGH
29 de julio de 1890
Mario Meléndez ©

Yo también estoy loca, le dijo al oído
y mis demonios salen de noche
a estirar las piernas
y queman los campos de trigo
mientras se emborrachan
o le cortan la cabeza a las abejas
y ahogan los gatos pequeños
porque traen mala suerte
Mis demonios son como yo
calvos y huesudos
y tienen mal humor
cuando despiertan
a las cinco de la tarde
para tomar el té con galletas
o son interrumpidos mientras
se retratan los unos a los otros
en sesiones infinitas
Pero les tengo cariño, sabes
son los hijos dejados en la puerta
que lloran de hambre y de frío
Entonces los abrazo y les digo
Vamos donde el tío Vincent
el último en llegar, desaparece


LA MUERTE QUISO SER RIMBAUD
Mario Meléndez ©

La muerte quiso ser Rimbaud
y sentó a la belleza en una silla eléctrica
Me falta práctica
comentó a un medio local
pero esperen a que reciba la enciclopedia de oro
Poetas del más allá
con Whitman a la cabeza
y ese loco de Artaud que ahogaba las palabras
en agua bendita
Verán como en semanas manejaré la pluma
me llamarán la nueva Rimbaud
la vedette que todos anhelaban
Mientras tanto
llevaré a la belleza de compras
le diré que todo fue un mal entendido
Ojalá y no me haga la cruz por igualada



Narrativa

ARTHUR SCHNITZLER, EXPONENTE DE LA LITERATURA VANGUARDISTA DE FIN DE SIÈCLE JUNG-WIEN
Anna Rossell ©

Arthur Schnitzler, Doctor Graesler. Médico de balneario,
Traducción de María Esperanza Romero
Marbot Ediciones, Barcelona, 2012, 152 págs.


Bienvenida sea la traducción al español de este relato, nunca publicado antes en España, de Arthur Schnitzler, un vienés vanguardista y rompedor de los moldes y tabúes de su tiempo, de quien sí se conoce en nuestro país la obra narrativa más destacada, si bien no su obra teatral —con excepción de La ronda (Der Reigen) y Anatol—, que, sin embargo, no ha perdido actualidad.
Arthur Schnitzler
Arthur Schnitzler (Viena 1862–1931), médico y escritor interesado desde joven en la psicología, conoció y mantuvo correspondencia con Freud y supo reflejar este interés en su obra, lo cual habría de provocar escándalo y reportarle problemas con la censura, el estamento militar y la justicia (Liebelei, Professor Bernhardi, Der Reigen, Leutnant Gustl…). Su desenfadada presentación del deseo, la seducción, el poder o el adulterio chocaban con las convenciones morales de su tiempo que en buena parte siguen vigentes aún. Recuérdese la película Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick, que hace pocos años dio a conocer al gran público la novela corta de Schnitzler Relato soñado. Su obra es valiente y rompedora no sólo en los temas sino también en lo formal —El teniente Gustl (1900) fue el primer relato en lengua alemana escrita en forma de monólogo interior, seguiría en este mismo registro La señorita Elsa (1924)—. La prohibición de representar sus obras teatrales estuvo vigente hasta 1982.
Probablemente porque conocía mejor sus ambientes y su psicología, la mayoría de sus personajes tienen que ver con su propia vida; sus protagonistas son a menudo oficiales del ejército, médicos o artistas y éste es de nuevo el caso de Doctor Graesler. Médico de balneario. En consonancia con su interés por la ciencia freudiana, Schnitzler dedica muchas de sus narraciones a individuos –como el título anuncia- y al estudio de su idiosincrasia. El subtítulo, Médico de balneario, avanza un prototipo profesional de connotaciones negativas, que entra en conflicto con la convención social de fin de siglo: el supuesto refinamiento de los “pacientes” y de la atmósfera de los baños termales. Porque este médico soltero de cuarenta y ocho años, que ejerce su profesión a caballo entre balnearios de Tenerife y Berlín, se nos presenta como un individuo inseguro, egocéntrico y superficial que anda por la vida con el único objetivo inmediato de satisfacer su necesidad de compañía femenina, sin importarle nada más que la apariencia física y sin ser siquiera un Don Juan. Su debilidad de carácter y su egoísmo se manifiestan en todos los niveles: la ausencia de verdadera vocación médica en la reticencia que manifiesta de asistir a la única paciente realmente enferma que se le presenta, la nula relación que ha tenido con su hermana, con quien ha convivido muchos años antes del suicidio de ésta; la incapacidad de adquirir responsabilidad o compromiso también en lo personal, lo cual le lleva a cambiar constantemente de pareja sin pestañear ni sufrir la más mínima agitación emocional. La mediocridad esencial de Emil Graesler queda más subrayada aún por el carácter del personaje que el autor vienés le inventa como contrapunto: Sabine, una joven mujer resuelta, de notorio intelecto y segura de sí misma, que contrasta fuertemente con el “maduro” doctor.
El relato ha sido llevado al cine en varias ocasiones; las más recientes A Confirmed Bachelor, por Herbert Wise, en 1973, en Gran Bretaña (BBC), con Sheila Brennan, Rebecca Saire y Robert Stephens, y en 1991, en Italia, Mio caro dottor Gräsler, por Roberto Faenza, con Keith Carradine, Kristin Scott Thomas, Sarah-Jane Fenton y Miranda Richardson.



EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
Horacio Quiroga ©

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció  desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.


EL ALMOHADÓN DE PLUMAS, HORACIO QUIROGA
(Un cuento de amor de locura y sobre todo, de muerte)
Fernando Chelle ©

El texto elegido para el análisis literario pertenece al escritor uruguayo Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937). Se trata de un cuento titulado El almohadón de plumas, perteneciente al libro Cuentos de amor de locura y de muerte, publicado en la ciudad de Buenos Aires en el año 1917.
El tema central del cuento, es la muerte inexplicable de Alicia, la protagonista, víctima de un animal extraño que vive en su almohadón de plumas. Los otros dos temas que aparecen en el título del libro, el amor y la locura, también están presentes en el cuento, aunque de manera secundaria.
Quiroga eligió estructurar la acción del cuento de manera similar a como lo hacía Edgar Allan Poe en muchas de sus Narraciones Extraordinarias, donde encontramos esos finales denominados de efecto, justamente por la impresión que quieren causar en el lector. Al igual que como sucede en El gato negro, por nombrar solo un cuento del autor norteamericano, en el Almohadón de plumas el autor se guarda para el final un as bajo la manga con que nos sorprende a todos los lectores. La estructura del cuento se inscribe dentro de lo que se podría denominar una forma clásica, a saber, comienzo, nudo y desenlace. En un primer momento, la narración se centra en la presentación de los personajes y del lugar donde transcurren los hechos, la casa. Hay un segundo momento, el más extenso, que se centra en la enfermedad de carácter inexplicable que sufre la protagonista, por último encontramos un tercer momento cuyo centro de interés es el almohadón de plumas y el extraño animal que vivía en su interior, quien terminó siendo el causante de la muerte de Alicia.
Comienza el relato con una frase contundente, cargada de un sentido oximorónico, “Su luna de miel fue un largo escalofrío”. Como lectores sabemos que se le denomina luna de miel al período de tiempo que comienza una vez finalizada la boda y que se extiende por un lapso de tiempo, donde generalmente los recién casados emprenden un viaje de vacaciones. Es un tiempo de intimidad que se caracteriza por ser un periodo de intensa felicidad. Cuando leemos las primeras palabras del texto, ya podemos vislumbrar el tono que va a acompañar el relato, no sabemos nada aún pero si una cosa tenemos en claro es que una luna de miel no se caracteriza por ser un largo escalofrío.
La voz narrativa, omnisciente y en tercera persona, continúa dando los rasgos grafopéyicos (rasgos físicos) y etopéyicos (rasgos del carácter) de los dos personajes principales del cuento. De Alicia se nos dice que es rubia, angelical y tímida, mientras que Jordán es descrito como un hombre alto, callado y de carácter duro. La intención de Quiroga en este primer momento del relato es presentar la relación amorosa de una pareja que se ama, pero que está marcada por la incomunicación. Se nos dice que Alicia quería mucho a Jordán y que este también amaba profundamente a su esposa, pero Alicia se estremecía ante la rígida presencia de su marido, ni siquiera era capaz de mirarlo fijamente y Jordán en su mutismo era incapaz de dar a conocer sus sentimientos.
Con la descripción de la casa, el lugar físico donde va a transcurrir la acción del cuento, el escritor busca, y logra, llevar la atención del lector hacia posibles interpretaciones de lo que le sucederá a la protagonista. La casa, calificada de hostil, descrita como un palacio encantado, frío y abandonado influye en el aspecto psicológico de la protagonista.
En la planificación del relato, Quiroga sabe de antemano de qué manera y en qué circunstancias va a morir Alicia, pero tiene que crear en el lector interpretaciones transitorias de lo que va ocurriendo durante la lectura para que cuando en realidad salga a la luz el verdadero motivo de la enfermedad y la muerte la sorpresa sea total. En este sentido, es lógico pensar que los estremecimientos de Alicia, que derivarán en una extraña enfermedad, se deben a las circunstancias que la rodean, como ser estar casada con un hombre tan poco comunicativo y vivir en soledad en esa extraña casa, resignando sus sueños de mujer sensible.
Cuando el narrador dice que “no es raro que adelgazara”, primera referencia física de una posible enfermedad, no nos sorprende, aunque estamos muy lejos aquí de atribuir la enfermedad a su verdadera causa.
Las dolencias de la protagonista comenzaron como una simple gripe (influenza), pero lo extraño del caso era que no lograba superarla, y poco a poco su estado de salud fue desmejorando.
Es significativo el pasaje que tiene lugar en el jardín de la casa donde Jordán acaricia la cabeza de Alicia y esta se pone a llorar. Este es el único momento del relato donde Jordán tiene una manifestación de cariño hacia su mujer, donde la distancia emocional por un momento se rompe. Es comprensible el llanto de la protagonista y la actitud de dejarse proteger, fue como si Jordán con su actitud habilitara a Alicia a manifestar todo lo que sentía y que justamente por el carácter del marido estaba obligada a reprimir.
El médico de Jordán, en su afán de solucionar esta situación inexplicable hasta el momento, da órdenes que en lugar de llevar a Alicia a la recuperación la llevan a un camino vertiginoso hacia la muerte. Al no encontrar una explicación para la debilidad que estaba sufriendo la paciente lo único que aconseja es que descanse, y es precisamente el descanso, el estar acostada, el estar en contacto con el almohadón lo que va absorbiendo gota a gota la vida de Alicia. Claro que nosotros como lectores y a esta altura del cuento esto no lo sospechamos y, es más, vemos como lógicos los consejos primarios del médico, quien con el espíritu científico que lo caracteriza apunta a mitigar las dolencias aunque desconozca las causas de fondo que las provocan.
Todo va a encajar en el cuento cuando aparezca la verdadera causa de la extraña debilidad de Alicia, cuando aparezca el extraño animal que vivía en el almohadón. Recién a último momento vamos a atar cabos y a entender por qué Alicia empeoraba, por qué la enfermedad estaba vinculada con la sangre (tenía anemia), por qué la vida se le iba gota a gota, pero como hemos referido anteriormente, vemos cómo Quiroga ha estructurado el relato de manera de jugar todo el tiempo con nuestra incertidumbre y guardar la sorpresa para el final, con lo que logra el efecto que pensó desde un principio.
También encontramos otros dos pasajes significativos en este segundo momento de la narración que merecen que nos ocupemos de ellos con algún detenimiento. En primer lugar, la actitud de Jordán frente a su agonizante esposa, y en segundo lugar las alucinaciones de esta última. En distintos relatos Horacio Quiroga juega con elementos simbólicos, que de alguna manera refieren a la muerte, o más específicamente, a ceremonias que la rodean. Por ejemplo, lo hace en el cuento A la deriva, donde se refiere que las paredes que rodean el río Paraná lo encajonan fúnebremente, no podemos dejar de ver en esa metáfora la muerte en vida de Paulino que poco más tarde se concretará, pero que allí va en su lecho fúnebre a la deriva. En el caso de El almohadón de plumas, es muy clara la ceremonia fúnebre que está viviendo Jordán, aunque Alicia todavía se encuentre con vida. El dormitorio donde se encontraba el cuerpo de Alicia, todavía con vida, estaba en silencio y con las luces prendidas, Jordán la visitaba y en silencio caminaba por la habitación mirando la cama.
El segundo pasaje que resulta significativo, además de bien logrado, es el que se refiere a las alucinaciones de la protagonista. Este pasaje, además de mostrar cómo se va agravando la situación debido a la gran debilidad de Alicia, muestra el trasfondo psicológico en el pensamiento de la protagonista que aflora en forma de alucinación. Es importante reparar en el contenido de las alucinaciones y por sobre todo cómo es la visión de Jordán que tiene Alicia. No hay dudas que ese antropoide que la miraba fijamente no era otro que Jordán y tenemos que preguntarnos por qué Alicia vería a su marido de esta forma. Sabemos que un antropoide es un animal con forma humana, un mono por ejemplo, pero que de todas maneras no es humano. Reparemos ahora en el carácter de Jordán, en lo callado, en lo serio, en lo poco comunicativo y entenderemos por qué Alicia tiene esta visión alucinada de su marido, ella alucina sobre sus sentimientos, pareciera que en este estado alterado se develara la verdadera visión que Alicia tenía de Jordán.
Este segundo momento de la estructura interna del relato, el más amplio, se cierra con la voz del narrador quien resume algunos aspectos de la enfermedad pero que además nombra al pasar el objeto que va a ser el centro de interés del desenlace de la historia, el almohadón.
El último momento o desenlace de la historia comienza con la frase “Alicia murió por fin”. Se dijo anteriormente que el centro de interés de este tercer momento era el almohadón, y esto es así hasta tal punto que a Alicia ya no se la nombrará más en el relato. Aparece la sirvienta, otro personaje secundario, ya habíamos visto al médico, con la única finalidad de enfocar nuestra atención en el almohadón. Como lectores, acompañamos a la sirvienta en esa mirada extrañada sobre el almohadón y el primer plano de la atención se detendrá allí, en el objeto que escondía al causante de la tragedia. Se establece un diálogo entre Jordán y la sirvienta cuyo único centro de interés es el almohadón. Lo primero que llamó la atención de la sirvienta fueron las manchas de sangre que había en el almohadón y, en segundo lugar, cuando intentó levantarlo por orden de Jordán se aterrorizó con el extraordinario peso que este presentaba.
El nerviosismo se apoderó de Jordán, lo vemos cortar de un tajo la funda del almohadón ansioso por saber qué era todo aquello, a qué se debían las manchas de sangre y aquel extraordinario peso. Luego, lo inesperado, el as bajo la manga, el terror escondido entre las plumas que en el último momento del relato aparece para evacuar todas nuestras dudas.
Luego de la descripción de este extraño animal, el narrador nos cuenta a modo de explicación, cuál era su modus operandi, cómo succionaba la sangre de Alicia y cómo había pasado inadvertido para todos. Ahora, con la aparición de este animal inesperado, se unen todos los cabos, y comenzamos a explicarnos y a entender una a una las dolencias que aquejaban a la protagonista y que en cinco días con sus noches la llevaron a la muerte.
Es muy curioso el último párrafo del cuento, parece no formar parte de la ficción y ser una explicación cuasi científica de la vida y alimentación de los parásitos que viven en las aves y que en ocasiones habitan los almohadones de plumas. Pareciera como si Quiroga quisiera darle un toque realista a tanto desborde imaginativo, quizá lo hizo con la intención de impresionar a algunos lectores incautos para que lleguen a preguntarse si en verdad esto pudo suceder y reparen en los riesgos que pueden llegar a correr como poseedores de similares almohadones.

Horacio Quiroga

HORACIO QUIROGA
Escritor, Salto, Uruguay, 31/12/1878 – Buenos Aires, Argentina, 19/2/1937. Más información en REALIDADES Y FICCIONES Nº 4, marzo de 2011:



ROBERT E. HOWARD, UN ACERCAMIENTO A SU OBRA
José Francisco Sastre García ©

Si hay un autor que puedo decir que esté en todo momento en la cima de mis preferencias literarias, ése es sin duda alguna Robert Ervin Howard (Peaster, Texas, Estados Unidos, 22/1/1906 – Cross Plains, Texas, 11/6/1936).
Es, por encima de todo, un escritor gráfico: su estilo no es todo lo depurado ni cuidado que debería presuponerse a un autor de su talla y reconocimiento, donde realmente se encuentra todo su poder a la hora de plasmar sus aventuras es en la sensación de imagen que desprende: leer a Howard es estar contemplando una película de acción continua, un continuo bregar de acero y sangre, un torbellino de emociones y luchas, aderezadas por la presencia de la magia en mayor o menor medida. No en vano es uno de los grandes autores del género conocido como Sword & Sorcery, Espada y Brujería, término acuñado inicialmente por otro gran autor, Fritz Leiber, del que trataremos en otra reseña más adelante. Lo que no tiene de gran estilo literario lo suple con un vigor y una fuerza que atrapan al lector prácticamente desde el primer momento de la narración.
Aunque la mayoría de los lectores se quedan en sus tres personajes más conocidos, Conan, Kull y Solomon Kane, el universo howardiano es mucho más amplio, ofrece una variedad de estilos y aventuras que resulta absolutamente sorprendente.
En primer lugar, el archiconocido Conan el Bárbaro, el cimmerio que salió de sus grises tierras para hollar los enjoyados tronos de la era hybórea. ¿Qué decir sobre él que no se haya dicho ya? Pendenciero, honorable, mercenario, pirata, ladrón, general, rey, vagabundo. La obra que lo abarca está en parte influenciada por su prematura muerte: dejó fragmentos inconclusos que se apresuraron a retomar sus herederos literarios: Lin Carter, L. Sprague de Camp, Bjorn Nyberg, Andrew J, Offutt, Karl Edward Wagner. Y más tarde, entraron a saco en el negocio escritores como Robert Jordan, Leonard Carpenter, Steve Perry, Poul Anderson. De esta manera, y por encima, vamos a dar los títulos de la saga del inmortal bárbaro, que no son otros que los de la serie llamada “canónica”: los relatos de Howard, junto con las adaptaciones de sus fragmentos inconclusos, compilados en doce volúmenes: Conan. Origen de una Leyenda, Conan el Cimmerio, Conan el Pirata, Conan el Vagabundo, Conan el Aventurero, Conan el Bucanero, Conan el Guerrero, Conan el Usurpador, Conan el Conquistador (La Hora del Dragón, la única novela que escribió del cimerio y casi la única de su bibliografía), Conan el Vengador, Conan de Aquilonia y Conan de las Islas.
El siguiente personaje que vamos a tratar es el Rey Kull, un bárbaro atlante de los tiempos precataclísmicos, que asciende hasta el trono de Valusia, el imperio más poderoso del momento, por la fuerza de su hacha; y aunque es un personaje de acción, también se trata de alguien mucho más filosófico que el cimmerio, alguien que se replantea una y otra vez el sentido de la existencia. Su mejor amigo es otro bárbaro, un salvaje picto llamado Brule, el Asesino de la Lanza, que trata de sacarlo de la apatía que lo envuelve en ocasiones y que puede incluso conducirlo a la muerte por las más negras traiciones. Los títulos en los que se encuentra a este personaje están publicados en diversas antologías, una de las cuales tiene como título Rey Kull y fue publicado por la editorial Martínez Roca.
Un puritano fanático con espíritu de vengador divino. Ésa es una definición que podría encajar bastante bien a Solomon Kane, un aventurero del siglo XVI que, espada y pistola en mano, ayudado por un misterioso bastón recibido de un chamán negro, se enfrenta a los engendros que el demonio ha puesto sobre la tierra para torturar a la humanidad, pero temo que la personalidad de Kane no sea tan sencilla de explicar. Sin duda alguna, es uno de los personajes más elaborados de Howard, por no decir el que más. En lo tocante a sus historias, fueron reunidas en un volumen de la colección Última Thule, de la editorial Anaya, junto con material que otros autores habían escrito para completar historias, bajo el título Las Aventuras de Solomon Kane.
Sonja de Rogatino sólo aparece en un relato de Howard, La Sombra del Buitre. Es el germen del que va a brotar una de las semillas más fructíferas de la obra del tejano en el mundo del cómic, Red Sonja. Hablamos de una mujer que, en pleno asedio de Viena por los turcos, toma las armas y lucha tan feroz y despiadadamente como el resto de los defensores para evitar que los sitiadores entren en la ciudad, y que aunque cede el puesto al protagonista de la historia, casi lo tapa con su empaque y arrolladora personalidad. Traición y muerte en una de las épocas más convulsas de la historia de Europa.
Robert Howard
Otro de los personajes carismáticos de Howard es el último rey picto, Bran Mak Morn. Sombrío y meditabundo, sabedor del destino que le espera a su pueblo, lucha contra ese destino de un modo fatalista y, al mismo tiempo, vengativo, llegando a usar contra Roma las armas más impías y prohibidas que puedan conocerse. Este ciclo se puede encontrar en la editorial Martínez Roca, en el volumen titulado Gusanos de la Tierra.
Si hay asociaciones extrañas, una de ellas es, sin duda, la de un celta como Cormac Mac Art con un pirata danés como Wulfhere Rompecráneos. Un guerrero deseoso de aventuras, tan frío en sus cavilaciones como salvaje en la lucha, que se refugia entre los piratas y corre con ellos aventuras de tipo épico y sobrenatural. Este ciclo está compuesto por tan sólo cuatro historias, pero mantienen el juego tan bien como las series de larga extensión: la mezcla de peligros surgidos de los más antiguos eones con grandes combates épicos son una constante en la obra del escritor tejano, que se mueve perfectamente en esa salsa, haciendo explotar ante nuestros ojos las secuencias que describe tan magistralmente. Los títulos de estos relatos son Tigres del Mar, Espadas del Mar del Norte, La Noche del Lobo y El Templo de la Abominación. Con posterioridad, Andrew J. Offutt escribiría otra media docena de relatos de este personaje.
Ambientadas en la época de las Cruzadas, las aventuras de Cormac FitzGeoffrey son un compendio de las más variopintas luchas que Howard llegó a escribir: en el fondo, no deja de ser un trasunto de Conan, o tal vez Conan de él, pues este caballero cruzado es un notorio pendenciero, juerguista, amén de honorable y feroz luchador cuando entra en liza. Como muchos de los personajes howardianos, posee una envergadura digna de un titán, siempre dispuesto a lo que toque en cada momento. Sus aventuras aparecen publicadas en la colección Los Libros de Barsoom (a la venta en la página de Cyberdark), en los tres únicos relatos que el tejano escribió acerca de él: Los Halcones de Ultramar, La Sangre de Bel-Shazzar y La Princesa Esclava.
Si Solomon Kane puede llegar a ser un personaje oscuro, Turlogh “Dubh” O’Brian le gana por goleada: volvemos de nuevo a la Irlanda celta, para encontrarnos con un noble huido de su tierra a causa de un grave incidente familiar, y que se dedica a vagabundear aquí y allá en busca de algo que ni siquiera sabe qué es, empujado seguramente por un espíritu torturado, oscuro, amargado. Turlogh El Negro (pues tal es el significado de la expresión Dubh) no duda en enfrentarse a cualquier entidad, natural o sobrenatural, con tal de saciar una inextinguible ansia que lo corroe. Sus relatos, dispersos, son La Sombra del Huno, El Hombre Oscuro, Los Dioses de Bal-Sagoth, Lanzas de Clontarf, Pasa el Dios Gris y El Crepúsculo de los Dioses Grises.
Howard también hizo incursiones en el terreno del misterio y el terror, entroncando con autores como Lovecraft y sus Mitos de Cthulhu, que incorporó en algunos de sus relatos como La Piedra Negra; de hecho, este título podría considerarse perteneciente a otro de los ciclos, el de Conrad, Kirowan y O’Donnell, tres investigadores que se dedican a estudiar misterios relacionados con el mundo del más allá, resultando claros referentes de lo que se conoce como detectives de lo sobrenatural. Sus aventuras se entremezclan de manera que no suelen aparecer los tres en ninguna, sino que unas veces es uno solo, y otras dos de ellos. Recientemente se ha lanzado una recopilación de estas historias en un volumen editado en la colección Los Libros de Barsoom, titulado La Piedra Negra y Otras Aventuras Sobrenaturales.
Otra de las series aclamadas es la de James Allison, también conocida como el Ciclo de la Memoria Racial, en la que un hombre del siglo XX, por un raro capricho del destino a causa de un accidente en el que pierde una pierna, comienza a recordar las vidas pasadas que tuvo y las aventuras que vivió en tiempos prehistóricos, entre los indios americanos, en la Irlanda celta. Y siempre como alguien enfrentado a situaciones que lo desbordan y confunden, mezcladas con elementos sobrenaturales. Para leer todos los que pueden entroncarse en este ciclo, habrá de acudirse a dos libros: El Valle del Gusano, de Martínez Roca, y Brachan el Celta, de Los Libros de Barsoom.
Si bien ya hemos dicho que Sonja de Rogatino fue la inspiración para crear el personaje de cómic Red Sonja, sin duda alguna tenemos otro elemento que influyó muy notablemente: Agnes la Negra de Chastillon, una espadachina que abandona la casa familiar por desavenencias, ya que quiere dedicarse a la espada y sus padres prefieren que se convierta en cortesana; en sus vagabundeos tendrá que habérselas, como es costumbre en Howard, con aventuras de todo tipo y condición, aunque en este caso la presencia sobrenatural es mucho más reducida, por no decir inexistente. Los tres relatos que componen este ciclo pueden encontrarlos en Espadachinas, de La Biblitoeca del Laberinto.
Otro de los personajes que consiguieron calar hondo entre los lectores: Francis X. Gordon, El Borak (El Veloz), llamado así por los árabes con los que vivió innumerables aventuras en las que lo sobrenatural también se desvanece para dejar paso a una descripción entre romántica y épica de la situación de Oriente Medio a mediados del siglo pasado, llevada a puerto por un inglés patriota que entiende perfectamente la idiosincrasia de los pueblos con los que convive y se adapta a ellos, actuando tanto como su defensor en unas ocasiones como su verdugo en otras, dependiendo de las situaciones que va viendo en cada relato. Estas narraciones se encuentran en dos volúmenes de La Biblioteca del Laberinto, El Valle Perdido de Iskander y El Hijo del Lobo Blanco.
Howard parecía tener una enorme apetencia por la figura del pendenciero y juerguista que resuelve todos sus problemas a golpes; así, volvemos de nuevo a este perfil con Dennis Dorgan, un marinero feroz en su ira y al mismo tiempo cándido como un niño, que no conoce otra manera de afrontar las aventuras que le van surgiendo que no sea rompiendo unas cuantas cabezas. Pueden encontrar sus historias en Callejones en Tinieblas, de La Biblioteca del Laberinto.
El siguiente personaje es Steve Costigan (no confundirlo con un marinero alocado howardiano del mismo nombre) y sus aventuras con Rostro de Calavera, un hombre que debido a circunstancias personales cae en el mundo del opio que lo adormece hasta que algo sacude de nuevo sus instintos de luchador y vengador. El eje de estas historias es el tan manido peligro amarillo, sólo que en lugar de utilizar al malvado Fú-Manchú de Sax Rohmer, se inventó a un trasunto más de su estilo, Kathulos de la Atlántida, un hechicero de tiempos remotos. Tan sólo escribió dos historias: Rostro de Calavera y El Regreso de Rostro de Calavera.
Para Howard no había tabú alguno a la hora de escribir: se atrevió a todo, incluido estilos como el erotismo o la parodia. En este caso probó con las historias de piratas, creando a Black Vulmea, un personaje tan variopinto como Conan, Cormac FitzGeoffrey o Dennis Dorgan. En el fondo no deja de ser otro trasunto del cimerio, ya que Howard, cuando escribía en plan aventurero, dotaba a todos sus personajes de características similares, escapándose raras excepciones como Solomon Kane o Kull, por citar alguno. Hasta tal punto se parecen Vulmea y Conan, que se barajan posibilidades de que El Extranjero Negro, una historia inacabada de Howard, pudo haber sido el germen o la consecuencia de la creación de Vulmea. Tan sólo hay dos historias de este pirata: Espadas de la Hermandad Roja y La Venganza de Vulmea el Negro.
Aunque no fue la única historia de ciencia ficción, Almuric es la más lograda: el personaje principal, Esaú Cairn, se traslada al planeta de este nombre merced a un aparato misterioso que prueban con él. En este lejano lugar conocerá a las razas y seres que acabarán por convertirse en sus mejores amigos y sus peores enemigos. Es una de las pocas novelas que escribió Howard a lo largo de su vida.
El autor tejano se sentía tan fascinado por las broncas y las peleas a puñetazos que no podía resistirse a retratar en su acervo literario a boxeadores conocidos de su época, llevándolos hasta límites insospechados sobre el cuadrilátero.
De la misma manera, el mundo del Salvaje Oeste le prestaba otro enorme aliciente, sobre todo la época de los pioneros de la frontera, enfrentados a tribus y peligros apenas conocidos en regiones que comenzaban a ser exploradas lentamente. Trabajaba con momentos y figuras muy diversas, una de las cuales tuvo una larga serie de relatos: me refiero a Breckirindge Elkins, un hombre cuya definición más cercana a la realidad sería la de un oso con el cerebro de un niño pequeño. Debido a su corpulencia y a sus asociaciones mentales, que no por ser lógicas dejan de ser absurdas y conducir a los mayores caos y peleas de los relatos de Howard, acaba siempre metido en monumentales broncas que hacen que tenga incluso que salir huyendo por si acaso. La primera parte de estas historias puede encontrarse en Un Caballerete de Bear Creek, en la Biblioteca del Laberinto. En la misma editorial, Santuario de Buitres ofrece una buena muestra del saber hacer del tejano en lo que respecta a pistolas y vaqueros.
Cuando se trata del género de terror, en Howard se muestran dos vertientes muy claras, la del terror físico y la del terror psicológico (aspectos que podrán disfrutar en otro artículo más adelante); así, la variedad es apabullante, desde el vudú (Palomos del Infierno, Canaán Negro) hasta el vampirismo (El Horror del Montículo), pasando por la licantropía (En el Bosque de Villefere y su continuación, Cabeza de Lobo) o experimentos de un tipo que hoy en día podríamos definir como genéticos (El Negro Sabueso de la Muerte).
Evidentemente, aquí no aparece todo el material que escribió Howard: por no explayarme demasiado no he mencionado relatos de corte histórico, aventuras orientales, historias picantes. Podríamos hablar de La Casa de Arabu, Delenda Est Cartago, La Última Canción de Cassonetto, El Señor de Samarcanda, Los Tesoros de Tartaria, Las Puertas del Imperio, Sangre en el Desierto. Hay numerosos relatos y fragmentos que por no encajar demasiado bien en las categorías habituales, o por haber sido dejados de lado en un primer momento, han empezado a ver la luz en editoriales como La Biblioteca del Laberinto o la colección Los Libros de Barsoom, ya citada. Pero vamos, que como muestra de la ingente labor literaria del escritor tejano, son un buen reflejo.



Y algo más…

LA CIUDAD COMO CÁRCEL
Parte II
Felipe Acuña Lang ©

La identidad posmoderna
La identidad de un lugar es un asunto de pertenencia e identificación. Sin embargo, la condición posmoderna plantea que el espacio público pierde su historia y se fragmenta en microlugares. Lo social deja de ser relevante así como la política. Lo individual irrumpe como una nueva forma de relación con el mundo. Pero es una relación que Bauman sostiene como desvinculante. A ello se le llama el mundo líquido o la moral líquida. Toda vez que asistimos a tipos de relación de un presente inmediatista, donde el éxito fácil y la despersonalización del ciudadano es una característica de la contemporaneidad. Por lo tanto, el lugar que habitamos se va atomizando en diversos micromundos.
Uno de los tantos conflictos de estos mundos contemporáneos, como dice Augé, es la desvinculación con el mundo social. Cada grupo realiza sus propias aspiraciones y el rito de lo político deriva a lo virtual. El ciudadano se convierte en un cliente. El sistema capitalista moderno y su filosofía liberal han incentivado la creencia de que a mayor crecimiento económico, mayores serán nuestras perspectivas de felicidad. En teoría suena bien. El problema no es tanto el consumo, ni tampoco el lucro que se pueda sacar de una actividad, sino más bien lo desregulado del sistema. El mercado, por lo mismo, no se pude regular con esa mano invisible. Es irritante, en un país como el nuestro, que la riqueza esté en manos de unas cuantas familias. De ahí la indignación del pueblo, que percibe que sus ingresos estarán sujetos por lo que opinan unos cuantos que controlan las finanzas del país. Hoy, ser ciudadano es un asunto de un grupo o comunidad cuya pertenencia esta caracterizada por objetivos comunes. Por lo general, son comunidades desafectadas del ámbito político. Se mueven por sueños compartidos y muchas veces por ideales ambientalistas. Tal vez los llamados grupos sociales sean el futuro de una nueva relación cívica. Pero para ello no basta la indignación, sino que es necesario también un proyecto de país.

Ciudades y capitalismo
Las ciudades son actualmente micromundos individuales. El paseante urbano construye la propia ciudad a su medida, dándole la connotación a esos lugares que frecuenta. Es, si se quiere, una identidad imaginaria y ni siquiera compartida, pues el mundo contemporáneo propende a la desconfianza con el otro. El miedo social es no creer en la comunidad. Nos volvemos islas de nosotros mismos y puede que acrecentemos la soledad. Sabemos que nadie nos resolverá la vida y si no es por nuestros propios esfuerzos no saldremos adelante. Tal vez siempre ha sido propio del país, pero la diferencia —creo yo— era que las generaciones anteriores se apoyaban en el otro, en las instituciones, en la confianza. En efecto, la conciencia social ha mutado a una conciencia individual.
Pensar la ciudadanía en la polis moderna sería, entonces, interrogarse acerca de cómo la gente estaría participando. Algunos teóricos críticos sostienen (Augé, Bauman, Sennet) que es una participación fragmentada que no articula un discurso unitario. Sabemos que la política no pasa por su mejor momento, y ese divorcio que se advierte entre la ética y la política es evidente y ha deteriorado las confianzas.
Lo mismo pasa con lo de la ética entre los sujetos, lo cual se vuelve un mal endémico. Pocos confían en el otro y prefieren realizar sus propios deseos, sin la colaboración ajena.
En ciudades tan estresadas se hace imperioso la búsqueda del “ser”, de lo contrario cada vez más nos convertiremos en burócratas de escritorio. Los horarios en los trabajos son agobiantes y las pausas escasas. Sólo los bien remunerados tienen posibilidades. El resto de los excluidos vive para pagar cuentas, con más de un trabajo para sobrevivir. Entonces, la ciudad en vez de ser un espacio de bienestar, se transforma en una mutación virtual carcelaria. Hoy las sociedades se articulan en base al dinero. Al parecer es el nuevo dios que ha reemplazado a la ausencia del dios ético.
Nuestras ciudades están profundamente divididas entre pobres y ricos. Ya lo decía Carlos Franz en su excelente ensayo La muralla enterrada. “Los del otro lado del río viven en condiciones paupérrimas”.
El deterioro de la democracia no sólo afecta la desigualdad material, sino que también involucra lo existencial.
Una población como la chilena que dice ser telemaníaca (según los últimos estudios de opinión) es una ciudadanía débil. El paso de la ciudad letrada a la ciudad de la tecnología ha debilitado enormemente el espíritu lector en casi la mitad de nuestra población. Impresiona saber que sólo un porcentaje de apenas un 26% diga que se considera un lector frecuente, el resto arguye falta de interés y tiempo.
La reconstrucción de un “nosotros” es uno de los interrogantes que nos hacemos al constatar la desafección ciudadana por la política. Por lo visto, resulta insuficiente esta nueva utopía individualista para promover una comunidad solidaria. Lo que más asoma es el miedo al otro. Aquello se refleja en el uso que le dan los medios de comunicación al peligro de la delincuencia. Por lo mismo, se criminaliza todo tipo de protesta social, lo que resulta un absurdo.
Tal vez unos de los principales males de nuestra sociedad sea la mala memoria, como dice Marco Antonio de la Parra. La subjetividad opera en el Chile contemporáneo desde la obsolescencia de las cosas. Es el presente el que vale para la mala conciencia de los chilenos. Tememos enfrentar el pasado pues los traumas heredados de la dictadura persisten como un edema que requerirá mucho tiempo más, si es que alguna vez pueden cicatrizarse las heridas del pasado.

¿Hacia dónde vamos?
El dilema de nuestra soledad puede que esté dado en un extrañamiento con el otro. Ya no sólo somos devoradores de hombres, sino que además nos hemos convertido en extraños para nosotros mismos y para los demás. La ausencia del Dios Ético nos ha dejado huérfanos. Y lo que antaño era atribuido a la divinidad, hoy es al ser humano, su peor enemigo, atentando contra sí mismo y su propio hábitat. Por lo visto, el enemigo íntimo somos “nosotros”, quienes colateralmente vamos destruyendo el ecosistema y enajenando nuestro espíritu en las drogas, el armamentismo y las evasiones de las democracias virtuales, provocando con ello desamor. El ser humano, como dice Kundera, necesita del espejo del otro, pues con el otro reconstruimos nuestro pasado y nuestra identidad. Sin los otros, no es posible armar la memoria. De lo contrario, caemos en el vacío de la experiencia.
Esta democracia subdesarrollada que tenemos no cohesiona a los ciudadanos hoy convertidos en consumidores de un sistema, donde los valores como la igualdad y la fraternidad no se respiran en las grandes ciudades de nuestro país. ¿Cómo entonces podemos hablar de una civitas en el Chile contemporáneo?
Yo estimo que ser ciudadano en el Chile de hoy no es más que una ilusión estadística. Todo esta privatizado: la salud, la educación, hasta la muerte se ha mercantilizado. El negocio de los cementerios habla muy bien que morir no es un mal negocio. La vida pública del ocio y la entretención ha sido hegemonizada por los cines del mall y las grandes tiendas comerciales. El monopolio de las megatiendas ha destrozado el comercio a escala menor. Recordemos que hace treinta años con las privatizaciones la vida de los chilenos ha quedado a la voluntad de la usura de los inversionistas. Es un hecho que en pocas décadas el país ha sido despojado de sus derechos, teniendo el pueblo que aceptar a regañadientes un sistema tan abusivo como los Fondos de Pensiones e Isapres que no protegen la seguridad social. Es por todos conocidos las millonarias utilidades de estas empresas privadas. Tal como se presenta este Chile contemporáneo, mi impresión no es alentadora, porque está convertido en un país anónimo, que va hacia ninguna parte. Un Chile que no define su proyecto identitario si es que lo tiene. Con una constitución de facto, que no respeta la diversidad cultural. Mientras no le pongamos freno al consumo globalizado, nuestra vida pública no será más que un asunto mercantil.
Viña del Mar, “la ciudad bella” es la quinta ciudad más populosa del país, con aproximadamente 350.000 habitantes. Lo que destaca una editorial del Mercurio de Valparaíso es el impacto de nuevos negocios inmobiliarios. Apenas gasta alguna reflexión sobre los bolsones de pobreza en los cerros de la “ciudad bella”. El impacto vehicular de los fines de semana es caótico: la ciudad no da abasto para tanto vehículo circulando. Sin embargo, el sistema económico incentiva la compra de más automóviles. La fórmula es simple: a más consumo el capitalismo crece y se expande.
El quiebre de nuestra democracia en el 73 es una herida cívico-institucional que será difícil de cicatrizar dadas las actuales condiciones de un sector de la derecha, particularmente de la UDI que no asume totalmente el horror del gobierno del dictador Pinochet. Todavía hay algunos que se atreven a decir que fueron excesos lo de las violaciones a los derechos humanos. El golpe del 73 socavó brutalmente nuestra identidad como pueblo. Heredamos una constitución de corte franquista cuyo ideólogo, Jaime Guzmán, fue el mentor de una constitución protegida. Según Jorge Larraín, la identidad chilena fue militarizada, a partir de cuatros elementos: 1) la ideología de la raza, 2) el orden institucional, 3) el catolicismo, 4) el neoliberalismo.
Me detendré en el último elemento, el cual me parece el más cercano, pues no cree en el sujeto colectivo sino en el individuo, el cual progresaría exclusivamente a través de su esfuerzo personal por sobre el esfuerzo colectivo. Según esta versión empresarial, la vuelta a la democracia ha favorecido a la clase empresarial, la cual concibe a Chile como un país emprendedor, exitista. Tal idea de creernos diferentes al resto de América Latina, con rasgos europeos, fue manifiesta en la decisión de exhibir un iceberg en la Exposición Mundial de Sevilla de 1992. Con ello se quiso mostrar a un país ganador, cuyo blanco de hielos daba la sensación que nuestros muertos ya no existían. Era a mi juicio una forma de atenuar o borrar la memoria histórica del trauma del 73.

Nuestra identidad fracturada
Uno se siente en una comunidad cuando se respeta la integridad física, sus derechos, lo que garantiza la autoconfianza. Es lo que como muy bien explica Larraín: “Toda autoimagen está basada tanto en las evaluaciones de los demás que se internalizan como en la diferenciación con los otros que se consideran fuera de la comunidad”. Por lo tanto, los elementos materiales y el cuerpo son vitales para el autoreconocimiento.
El problema más serio para una identidad nacional surge cuando se extermina a un cuerpo social, excluyéndolos fuera de la comunidad.
El terror impuesto por la dictadura produjo un tipo de sociedad que le teme al cambio y desconfía de la política. Pero también hay que decir que los gobiernos democráticos de la Concertación transaron en exceso con el régimen militar y se obnubilaron con el poder. Los casos de corrupción del gobierno de Lagos fueron, a mí entender, el entierro de una clase política amoral. El descrédito de la política no le hace bien a nuestra democracia, pues es preocupante que la mitad de la población preferiría un gobierno autoritario en vez de una democracia, si es que éste les resuelve sus problemas económicos. Los datos del PNDU de 2004 no dejan de ser provocadores, pues aquello quería decir que Chile sigue estando dividido entre los que apoyaron al gobierno militar y quienes fueron sus adversarios.
Mientras no tengamos una constitución democrática, mientras la sociedad chilena no reconozca en serio el trauma de la dictadura, mientras no haya justicia —y creo no ser pesimista sino realista—, el reencuentro será sólo la sombra del mañana. Es una tarea todavía pendiente y que puede que nos lleve mucho tiempo más.

La identidad fracturada
Tal como lo expresa Marcos García de la Huerta, el cambio más profundo e importante de la identidad chilena fue el golpe militar del 73, donde la sociedad se dividió y se traumatizó por la tortura sistemática y el horror. La dictadura de diecisiete años ha dejado profundas secuelas. En primer lugar con la violación a los derechos humanos y el exterminio de cuerpos se quiso borrar de la faz de la tierra a una comunidad de chilenos por sus ideas. Y en segundo término, la dictadura con ello quiso eliminar la memoria política del país, por considerarla perniciosa. Pinochet se refería despectivamente “como los señores políticos” y Merino como “los humanoides” o “enemigos internos” a todos aquellos que le dieron una dura resistencia al gobierno de facto.
Lo que se propuso la dictadura fue entre otras fechorías destruir nuestra identidad, propiciando la campaña del terror de los amigos y enemigos. Es decir, tener el control social y fomentar el miedo entre el pueblo. Con ello se logra un menoscabo a la autoconfianza y a la autoestima, pisoteando la autodeterminación del demos.
En los años posteriores del gobierno militar, la identidad de lo chileno fue construida artificialmente a partir de los valores de la guerra del Pacífico, el empresariado y civiles que se aliaron a este gobierno, que aniquiló toda sociabilidad política, derogando el parlamento y expulsando y anulando la nacionalidad a todos quienes formaron la Unidad Popular y creyeron en el socialismo como un camino para lograr un país más justo. Una parte de la Iglesia Católica fue un foco de oposición a la dictadura, protegiendo y auxiliando a muchos compatriotas perseguidos por los organismos de seguridad del Estado. La identidad colectiva se articuló con el militarismo y una ideología político-empresarial, influenciada por las teorías neoliberales de la escuela de Chicago de los Estados Unidos. Aquellas teorías son una ideología que defiende a ultranza la propiedad privada por sobre la igualdad. Se alardea de la libertad y se cree que el mercado es “la mano invisible” para superar la pobreza y lograr el crecimiento económico.
Este mercado de feria capitalista, que impulsó el gobierno de facto, despolitizó a la población, dejando al estado huérfano de un proyecto que involucrara al pueblo. En todo caso, los antecedentes históricos que daban cuenta de que el nacimiento del Estado en Chile estuvo dado por la oligarquía republicana. Se creía que el pueblo no estaba preparado intelectual ni moralmente para participar de una democracia real. Portales fue de la idea de que un gobierno fuerte y autoritario era garante de orden social. Para decirlo en términos claros, nuestro Estado no fue democrático. Al situar la política exclusivamente en éste, se reproduce la lógica del poder burocrático y se deja en el patio trasero cualquier intento de pensar la política. Esta digresión es pertinente porque nuestra génesis de nación-estado siempre fue autoritaria.
La identidad de un país se crea sobre la base de lo colectivo y lo particular. La nación, o mejor dicho, el estado-nación, corresponde a lo institucional unido al pueblo, lo que le da legitimación al orden y legalidad consensuada a una república.
El reemplazo de la política por la economía que transmutó la dictadura fue y es —en base al continuismo de los gobiernos concertacionistas y que siguieron las reglas del juego del mercado— incentivar el consumo y el lucro en nuestra sociedad para adormecer a la civilidad.
Con el aletargamiento del crédito y la televisión se trató de tapar la tortura. Mientras la televisión, en las soporíferas tardes de los domingos tristes con su humor ramplón de los estelares nocturnos y carnavalescos, hablaba de un Chile de café-concert, descontextualizando lo que pasaba en las calles y en las poblaciones, donde se torturaba y se mataba.
El penoso espectáculo de banalización de la cultura devino en el llamado “apagón cultural de los 80”, aunque en mi opinión aquello es una imagen un tanto fácil, pues sí hubo una cultura subterránea opositora y contestaria. El teatro fue una plataforma para denunciar social y políticamente la opresión. Muchos dicen que el miedo al trauma del 73, atemorizó a nuestra clase política concertacionista, la cual tranzó en demasía con Pinochet para el logro de un tránsito democrático lo menos problemático posible. Alywin ya lo decía con la “justicia en la medida de lo posible”. Algunos dicen que se traicionó a la Patria. Disiento de esa tesis preliminar, pues se sabía que el tránsito sería pactado y difícilmente negociado. Pero aquí lo que hubo no fue una negociación, sino una imposición de las reglas del juego de los propios militares. Posteriormente, en los años que siguieron —precisamente en los gobiernos de Frei, Lagos y Bachelet— hubo cobardía y negligencia de parte de la Concertación, que no profundizó los cambios políticos e institucionales para intensificar nuestra democracia. Muchos decían que no se quiso impacientar a los militares, con el fin de fomentar la paz social y el reencuentro, la llamada reconciliación, que no la ha habido y quizás no la haya nunca, al menos en mucho tiempo más.
En una segunda etapa de la Concertación, creo que sí traicionaron a los principios de los cuales había nacido, como el sentido de pertenencia de una comunidad más fraterna y alegre, con justicia e igualdad. Muchos de esos principios han sido desvirtuados por el lucro y los casos de corrupción que fueron impresentables para la ciudadanía. Creo que no se le perdonó al conglomerado de partidos de centroizquierda tal relajo de las virtudes. Una cosa era la alta imagen ciudadana de Bachelet y otra la clase política desprestigiada que hacía gobierno con ella, por nombrar un ejemplo de ello. Hoy los partidos políticos concertacionistas y del actual gobierno parecen sólo partidos instrumentales cuyo axioma es llegar al poder por cualquier medio. Las componendas y las alianzas transversales con la antes derecha opositora, hicieron a muchos dudar del espíritu concertacionista, pues se presentía una genuflexión ante el dios del mercado neoliberal. Las privatizaciones y la especulación al lucro han sido pésimas señales de estos dos centralismos políticos, que han dirigido los destinos de nuestro país.
El exitismo en una primera etapa de la transición chilena dio una impresión de arrogancia al resto de Latinoamérica, pues nos pavoneábamos de ser un país diferente, ordenado, exitoso, cuya transición democrática era un ejemplo de civilidad. Claramente, el eslogan del progreso económico, del otrora manoseado los “jaguares del Pacífico” se vio luego desmentido por las crisis económicas de 1999 y 2003, que azotaron los bolsillos de los chilenos. Afortunadamente esa arrogancia de creernos mejores que el resto se ha ido mitigando. El aislamiento de nuestro país no ha sido para nada beneficioso, pues muchos países latinoamericanos, entre ellos Perú y Bolivia, ven a Chile como un país individualista y que mira siempre hacia fuera. Hacia la integración con Europa y los Estados Unidos. Tal vez sea parte de nuestra inseguridad el dirigir la mirada siempre con ojos benignos a lo extranjero como lo bueno. De allí se desprende ese esnobismo de la inseguridad y la falta de autoafirmación. El racismo es creer que lo blanco es mejor que lo negro o lo moreno. Ese complejo de inferioridad puede que haya sido heredado de nuestro sistema colonial: feudal y centralista.
La continuidad de este modelo político y económico no ha sido seriamente reformado, ni que decir de la constitución del 80. Seguimos regulados por un texto autoritario y de corte fascista que no respeta la multiculturalidad del país.
De allí, que la crítica de Moulián sea severa y justificada para los gobiernos concertacionistas que se aliaron al lucro, a la ostentación. Algunos dicen que los dirigentes concertacionistas se aburguesaron malamente. Pero más allá de esta condición de clase, el desprestigio a la clase política en general es su total desapego por lo ciudadano. Lo que se instaló con este tránsito democrático —además de la influencia del modelo de globalización americano— es la impronta del ciudadano “crédito car”, tan comentado por Moulián en su éxito editorial con Chile, anatomía de un mito. Este texto sociológico aunó lo que ya se comentaba en vox populi entre la inteligencia intelectual de la primera mitad del decenio de los 90, donde la subjetividad del Chile contemporáneo ha sido objetivada por la sociedad del consumo.
Los últimos informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2002-2004) testimonian que los chilenos (tanto hombres como mujeres) se sienten inseguros en el país. Tal vez este pesimismo deviene en la sensación de cierta infelicidad pese a lo contradictorio y lo cambiante que pueden ser las percepciones derivadas de las encuestas. Sin embargo, estos índices cualitativos nos hacen preguntar nuevamente si es posible ser ciudadano con este modelo económico. Aventuramos que lo ciudadano se debilita demasiado con un modelo hegemónico de globalización y, por lo mismo, ser partícipe de lo social tal vez sea realizarse en otras instancias más alejadas de lo político y circunscritas en la comunidad.
Así como la identidad, el tema de la memoria es indispensable para permitirnos un país más fraterno y maduro. Sin memoria no se pude enfrentar el presente sin las sombras del mañana, como diría Norbert Lechnerd.
Alguna vez Aristóteles dijo que el arte representaba el deber ser de una realidad posible. En ese sentido, la política tiene como eje unificar y entregar un sustento y un ambiente a la polis. Es en la ciudad donde nos medimos día a día. Y como dice el poeta Ennio Moltedo “la poesía traduce, interpreta los acontecimientos y les da una realidad nueva”.
Nuestros creadores le han otorgado respuestas a este Chile, que tuvo y tiene sueños que realizar. Y esos valores esenciales de la vida humana los han defendido siempre los poetas y los creadores: la libertad, la justicia y la verdad.
El artista entonces es quien denuncia y no olvida. Tiene como misión desenterrar lo que nos incomoda, lo que nos duele. Remueve la herida, como anuncia Gonzalo Millán en su extenso poema La ciudad.
La herida sangra en secreto/ La herida no deja vivir/ De la herida nadie se escapa/ La ciudad toda está herida…
Esta ciudad que clama de justicia por nuestros muertos. La herida esta abierta y no sana.
En un mundo que se nos presenta vertiginoso, donde somos como islas de nosotros mismos, las ciudades se han ido deshumanizando. Los grandes valores ceden a las tentaciones del dinero y la tecnocracia. Los momentos de soledad los vivimos todos, pues desde el momento que salimos al exterior, después del nacimiento, nos encontramos con un universo cambiante. Nacemos en este mundo de lunáticos y morimos en él, como dice Shakespeare. La soledad es consustancial al ser humano. Somos hacia adentro y hacia fuera. En esta doble dialéctica es esencial el amor por el otro, entendido como un diálogo.
Escribo cuando veo la ciudad empapelada de propaganda política y me pregunto dónde están las ideas. ¿Dónde están los nuevos líderes? ¿En los movimientos sociales? La esterilidad del mundo burgués, dice Octavio Paz, desemboca en el suicidio o en una nueva forma de participación ciudadana, creadora de sentido. Aquella remite a nuestros sueños y nuestros intentos de realizarlos.

Mundos posibles
El excelente ensayo Identidad, latinoamericanismo y bicentenario, de Jaime Valdivieso, permite explicarnos críticamente nuestra falta de identidad, y, al mismo tiempo, propone un camino ya iniciado en el poema épico La Araucana. Como primera reflexión, nuestra falta de identidad tiene antecedentes en la Colonia y en el espíritu oligárquico que forjaron una falsa imagen del reino de Chile. El blanqueamiento de nuestra identidad fue impuesto por esta clase social y feudal que no asumió que éramos un pueblo mestizo, donde la sangre araucana y española permitió la génesis de Chile. Ya Neruda había dicho que el poema La Araucana era un camino iniciado por Ercilla, donde se reconocía la gallardía y virtudes ancestrales en los araucanos. Es una respuesta a nuestros propios problemas multiculturales. Lo que está proponiendo este poema épico es que la identidad es una manera de ser, es un cruce de dos mundos: el hispánico y el indígena.
En su aguda crítica sobre nuestras falencias, la poeta Gabriela Mistral observaba lo siguiente:
“Voy convenciéndome de que caminan sobre nuestra América vertiginosamente tiempos en que ya no digo las mujeres, sino los niños también, han de tener que hablar de política, porque la política vendrá a ser (perversa política) la entrega de la riqueza de nuestros pueblos, el latifundio de puños cerrados que impide una decorosa y salvadora división del suelo, la escuela vieja que no da oficios al niño pobre y da al profesional a medias su especialidad; el jacobismo avinagrado de puro añejo, que niega la libertad de cultos que conocen los países limpios; las influencias extranjeras que ya se desnudan con absoluto impudor sobre nuestros gobernantes”.
Llama la atención que nuestros mejores ensayistas hayan dejado de lado el tema de la identidad nacional, del mestizaje como un camino de unidad y diálogo multicultural.
Por su parte, cada cual asumirá a partir de la experiencia un particular punto de vista relacionada con aspectos del inconsciente y lo emocional, respecto de cómo abordamos al pueblo, la ciudad, el barrio. Y por otra parte, lo individual y lo colectivo se amalgama con la cultura. El filósofo Luis Villoro descubre tales imbricaciones:
“Los individuos están inmersos en una realidad social, su desarrollo personal no puede disociarse del intercambio con ella, su personalidad se va forjando en grupos a los que pertenece. Se puede hablar así de una realidad intersubjetiva compartida por los individuos de una misma colectividad. Está constituida por un sistema de creencias, actitudes y comportamientos que les son comunicados a cada miembro del grupo por su mera pertenencia a él. Esa realidad colectiva no está constituida, por ende, por un cuerpo, ni por un sujeto de conciencia, sino por un modo de sentir, comprender y actuar sobre el mundo y por formas de vida compartidas que se expresan en instituciones, comportamientos regulados, artefactos, objetos artísticos, saberes transmitidos; en suma, por lo que entendemos por una cultura. El problema de la identidad refiere a una cultura”.
Sin embargo, el modelo de identidad nacional, impuesto por nuestra oligarquía, fue el de considerarnos hijos de Europa. Primero en la Colonia con los títulos nobiliarios y, posteriormente, con la Independencia el eurocentrismo como una supuesta imagen a seguir, lo que falsamente dejó de lado una parte esencial del pueblo mapuche y su universalidad fraterna y respetuosa de la naturaleza. Chile, al contrario de otros países latinoamericanos, distorsionó una equivocada identidad: un estereotipo de raza blanca, al estilo de un Estado republicano y democrático como Inglaterra o Francia. Por lo mismo, se excluyó el pueblo mapuche de nuestra identidad, lo que ha derivado en un debilitamiento de la autoafirmación identitaria. Neruda en su Canto General nos da coordenadas universales y particulares de nosotros los chilenos (as) a partir del amor al paisaje de la naturaleza, nuestras costumbres, nuestro mestizaje que permite darnos una unidad particular y colectiva. Por otra parte, la poesía mapuche ha constituido una resistencia y una advertencia de que la discriminación es un atentado contra el otro y nosotros mismos y que el modelo económico capitalista es un atentado en contra de la naturaleza al despojarnos de nuestra riquezas. Esta sabiduría de nuestra etnia nos dice que la competencia, la insolidaridad van envenenando el alma de los hombres. El impresionante poema del más conocido poeta mapuche, Elicura Chihuialaf nos habla de una cultura oral que está brutalmente amenazada por el voraz progreso que interviene el paisaje natural. Una muestra de ello lo encontramos en El silencio de los bosques:

Mi padre y yo solemos charlar hasta la madrugada
bebiendo el vino de la pena y la esperanza.
¿Alguien puede evitar el otoño del oeste?
Me dice
los ríos van perdiendo su profundidad
el caudal de la sabiduría
y comienzan a añorar el silencio
de sus bosques.
Nosotros pensamos en el hijo, el hermano
aún en el exilio.
Hablamos de luchar, mientras los zorros
cruzan gritando nuestros campos.
Mi padre y yo envejecidos
ahora nos miramos entre lágrimas
nada de mí quedará
en esta tierra.
Nada de mí quedará
en esta Tierra, me digo.
En su aire, sólo mi conversación con la luna
en sus aguas una flor: la levedad y el olvido.

En el pensamiento latinoamericano los mitos y la utopía son constructores que nos pueden ayudar a entender mejor el pasado y el presente. Según Thomas Mann el mito es signo de madurez. En este sentido, las reflexiones de Mircea Eliade y de Octavio Paz nos permiten tener una comprensión al sentido y la trascendencia. El legado de nuestro pasado y presente indígena nos habla de un tiempo circular, generador del rito, expresado en el arte. Con el mito podemos concebir una realidad y descubrirla. El mito igualmente tiene la condición de una huida de la historia como tal, anterior a la palabra (logos), a la racionalidad de occidente. Es un regreso al pasado original, y a la profundidad de la existencia de la humanidad. Los griegos creían en la determinación de un destino y en la fatalidad. Este pensamiento primitivo luego deviene en un pensamiento moderno, evolutivo, donde se tiene fe y esperanza en el progreso y en el avance de la historia. Un aspecto positivo es que podemos determinar nuestro destino y aprender de los errores del pasado. Necesitamos de los mitos para alimentar nuestro imaginario y nuestro diario vivir. De ahí que el escritor Jaime Valdivieso se refiere a ello como un combate a la historia:
“Muchos acontecimientos de importancia colectiva, objetos materiales y culturales, ideas políticas y religiosas tienen como consecuencia una conducta mítica, como sostuvo Eliade”. Así como descubrimos el mito e intentamos explicarlo, la utopía de un mundo posible es el sueño del futuro. En tiempos donde lo individual ha sobrepasado lo colectivo, volver a creer en un mundo mejor es parte del sueño del hombre.
Es la manera de mantener en alto los valores eternos de la humanidad. Octavio Paz dice que los poemas y los mitos nos permiten tener un tiempo presente, una mirada hacia atrás y adelante. Es en el arte —y esa creo es la importancia de los creadores e intelectuales latinoamericanos que han sido generadores de “mundos posibles”— donde la memoria y la identidad son fundamentales. En el caso de nuestra historia se ha intentado borrar los mitos de nuestras etnias, a partir de la degradación de nuestros héroes, convirtiéndolos —como dice el antropólogo José Bengoa— al araucano como un ser bárbaro y sanguinario indio del sur. La clase política del pasado y el presente, al no asumirse como mestiza, ha visto a los mapuches como enemigos externos al Estado-nación. Sin embargo, la resistencia a la historia oficial es una búsqueda de nuestra verdadera identidad. Mientras no tengamos conciencia de ello, seguiremos alienadamente avanzando hacia ninguna parte.


Bibliografía
Richard Richard Sennett, El declive del hombre público (Ediciones del bolsillo, 2002).
Cristián L. Cisternas Ampuero, Imagen de la ciudad en la literatura hispanoamericana y chilena contemporánea (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2011).
Gastón Bachelard, La poética de la ensoñación (Fondo de Cultura Económica, 2001).
Gastón Bachelard, La poética del espacio (Fondo de Cultura Económica, 2011).
Zygmunt Bauman, Vida de consumo (Fondo de Cultura Económica, 2010).
Elicura Chihuailaf, Recado confidencial a los chilenos (Lom ediciones, 1999).
Jaime Valdivieso, Señores y ovejas negras. Chile: un mito y su ruptura (Lom ediciones, 2000).
Jaime Valdivieso, Identidad, latinoamericanismo y bicentenario (Editorial Universitaria, 2010).
Grínor Rojo, Discrepancias de Bicentenario (Lom ediciones, 2010).
Grínor Rojo, Globalización e identidades nacionales y post nacionales… ¿de qué estamos hablando? (Lom ediciones, 2006).
Jorge Larraín, ¿América Latina moderna? Globalización e identidad (Lom ediciones, 2005).
Marcos García de la Huerta, Memorias de Estado y Nación (Lom ediciones, 2010).



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FERNANDO SORRENTINO
Fernando Sorrentino

Nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de lengua y literatura. Su literatura de ficción es una mezcla de fantasía y humor. Ha sido traducido a los idiomas inglés, portugués, italiano, alemán, polaco, chino, vietnamita y tamil. A menudo escribe ensayos sobre literatura argentina, que en general se publican en La Nación, de Buenos Aires. Ha recibido varios premios literarios, entre otros Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

Su obra:
• Libros de cuentos: La regresión zoológica (1969); Imperios y servidumbres (1972); El mejor de los mundos posibles (1976); En defensa propia (1982); El remedio para el rey ciego (1984); El rigor de las desdichas (1994); La corrección de los corderos, y otros cuentos improbables (2002); Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (2005); El regreso. Y otros cuentos inquietantes (2005); En defensa propia / El rigor de las desdichas (2005); Costumbres del alcaucil (2008); El crimen de san Alberto (2008); El centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio (2008); Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Verídicas historias improbables) (2013).
• Novela: Sanitarios centenarios (1979).
• Nouvelle: Crónica costumbrista (1992), reeditada como Costumbres de los muertos (1996).
• Libros para niños y/o adolescentes: Cuentos del Mentiroso (1978); El remedio para el rey ciego (1984); El Mentiroso entre guapos y compadritos (1994); La recompensa del príncipe (1995); Historias de María Sapa y Fortunato (1995); El Mentiroso contra las Avispas Imperiales (1997); La venganza del muerto (1997); El que se enoja, pierde (1999); Aventuras del capitán Bancalari (1999); Cuentos de don Jorge Sahlame (2001); El viejo que todo lo sabe (2001); Burladores burlados (2006); La venganza del muerto (2011, que contiene cinco cuentos: Historia de María Sapa, Relato de mis travesuras, La fortuna de Fortunato, Hombre de recursos, La venganza del muerto).
• Libros de entrevistas: Siete conversaciones con Jorge Luis Borges (1974); Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992).
• Ensayos: El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges (2011).
• Antologías (compilador): 35 cuentos breves argentinos (1973); 36 cuentos argentinos con humor (1976); 17 cuentos fantásticos argentinos (1978); Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino (2007); Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt (2012).



FERNANDO CHELLE PUJOLAR
Fernando Chelle

(Mercedes, Uruguay 1976). Profesor de literatura en Uruguay (en los departamentos de Soriano, Montevideo y Canelones). En el año 2011 se radica en Colombia, en la ciudad de Cúcuta, donde se ha desempeñado como profesor de lengua castellana en bachillerato y como docente universitario al frente de la cátedra de la asignatura Competencias Comunicativas de la Universidad Simón Bolívar Extensión Cúcuta.
Es poeta, ensayista y crítico literario. Autor de los libros Poesía de los pájaros pintados (Colombia 2013) y Curso general de lectoescritura y corrección de estilo, guía para formular escritos correctos (Colombia 2014). Ha sido corrector de estilo de las revistas Respuestas (Universidad Francisco de Paula Santander, Norte de Santander, Colombia) y Fronteras del saber (Universidad Simón Bolívar Extensión Cúcuta); director de contenido y redacción del periódico El Libertador (Universidad Simón Bolívar Extensión Cúcuta). Sus ensayos y críticas literarias se han publicado en diferentes revistas y periódicos.



JOSÉ FRANCISCO SASTRE GARCÍA
José F. Sastre García

Nació en San Sebastián, Guipúzcoa, España, en 1966. Desde el principio tuvo una gran inquietud por la lectura, leyendo todo lo que caía en sus manos, desde la literatura infantil y juvenil de la época hasta obras como la Odisea de Homero.
Reside en Valladolid desde 1980. Escribió sus primeros relatos por aquella época, presentándolos a diversos premios sin obtener resultado alguno. Posteriormente le llegaría la afición por R. E. Howard y H. P. Lovecraft de la mano de los cómics de “La Espada Salvaje de Conan” y los libros de Alianza Editorial hasta el punto de conseguir la bibliografía casi completa del maestro de Providence y las novelas canónicas del cimmerio publicadas por Fórum.
A raíz de su pasión por el personaje del genio tejano, comenzó a publicar en el cómic ya mencionado reseñas y artículos, que llamaron la atención del grupo madrileño El Círculo de Lhork, que contactó con él para ofrecerle unirse a ellos, proposición que aceptó gustosamente.
Desde ese momento, su producción literaria comenzó a multiplicarse: relatos de todo tipo y condición, dejando de lado, al menos temporalmente, el género de ciencia ficción, al que no era proclive en el papel escrito, tan sólo en el cine, y artículos acerca de diversos temas relacionados de forma directa o indirecta con la narrativa fantástica que lo sedujo.
En estos momentos, su producción literaria abarca prácticamente todos los géneros de la narrativa fantástica: fantasía épica, espada y brujería, intriga-misterio-terror (a veces no es fácil marcar la separación entre unos y otros), ciencia ficción, ficción histórica, aventuras, fantasía.



REALIDADES Y FICCIONES
—Revista Literaria—
Nº 20 — Marzo de 2015 — Año VI
ISSN 2250-4281
Exp. 5199588 del 21/10/2014, Dirección Nacional del Derecho de Autor

Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

Twitter: @RyFRev Literaria

Héctor Zabala (dirección y narrativa)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/ - Suplemento Nº 56)


Colaboradores

Luis Benítez (poesía)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en http://colaboraciones-literatura-y-algo-mas.blogspot.com/ - Suplemento Nº 22)

Agustín Romano (ensayo)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

Anna Rossell
Barcelona (Cataluña), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 11)


Corrección general:
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 13)


Ilustración de carátula y emblema:
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
 @mon_villarreal
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17)


Tomás Stefanovics
Montevideo, Uruguay / Münich, Alemania
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 7)

Gustavo Flores Quelopana
Lima, Perú
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 8)

María Isabel Amor Illanes
Las Condes (Santiago), Chile
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 9)

Liliana Lapadula
San Martín (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 9)

Agustín Arosteguy
Balcarce (Pcia. Buenos Aires), Argentina / Bilbao (País Vasco), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 10)

Francisco Angulo Lafuente
Madrid, España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 10)

Felipe Acuña Lang
Santiago, Chile
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 11)

María del Carmen Castañeda Hernández
Tijuana (Baja California), México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 12)

Santiago Sevilla Vallejo
Madrid, España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 12)

Lidia Morales Benito
Salamanca (Castilla y León), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 13)

Patricia Eguiguren E.
Quito, Ecuador
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 14)

María Amelia Díaz
Castelar (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 15)

Vivina Perla Salvetti
Porlamar (Isla de Margarita, Nueva Esparta), Venezuela / Villa Ballester (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 15)

Reneé Acosta
Chihuahua (Chihuahua), México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Marcos Rodrigo Ramos
Moreno (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Pablo Cassi
San Felipe (V Región), Chile
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Daniel Abelenda
Carmelo (Colonia), Uruguay
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Lucero Balcázar
México D.F., México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 16)

Asmara Gay
México D.F., México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 17)

Cristian Emanuel Vitale
La Plata (Pcia. Buenos Aires), Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 17)

Peter Tase
Berat (Albania) / Milwaukee (Wisconsin), Estados Unidos
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 17)

Josep Anton Soldevila
Barcelona (Cataluña), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

Goya Gutiérrez Lanero
Castelldefells (Barcelona, Cataluña), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

Alberto Ramponelli
Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

Miguel Ángel Galindo Núñez
Guanajuato (Guanajuato), México
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

Leo Castillo
Barranquilla (Atlántico), Colombia
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 18)

María Eugenia Caseiro
La Habana, Cuba / Miami (Florida), Estados Unidos
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 19)

Jorge Aloy
Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 19)

Fernando Sorrentino
Buenos Aires, Argentina
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 20)

Fernando Chelle Pujolar
Mercedes, Uruguay / Cúcuta (Norte de Santander), Colombia
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 20)

José Francisco Sastre García
Valladolid (Castilla y León), España
(currículo en Realidades y Ficciones Nº 20)


"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
acrílico y óleo sobre
papel-lienzo, 30 cm x 30 cm